Cuando sale al tema alguna cosa horrible que ha pasado con un niño, las personas con las que hablo tienen las mismas reacciones que yo; básicamente, de rechazo. Pueden entender el asunto de manera diferente; puede darles más por el enojo que por la tristeza, o más por la tristeza que por el enojo, y a mí al revés; pero si la plática es más o menos en serio, nunca he hablado con alguien a quien le sea indiferente o le haga gracia que alguien ha hecho daño a un niño. Pero demasiados niños son lastimados seriamente, todo el tiempo. La conclusión es cuestión de estadística.
El otro día, el señor al que le compro pollos asados, me ilustró con un discurso sobre las jovencitas que se embarazan antes de los quince años. Yo comenté alguna cosa, y él se explayó, describiendo su visión sobre la educación, que puede resumirse en la frase "yo sí me los chingo", que soltó con todo su orgullo de hombre bien nacido. Recordé a una jovencita que la noche de navidad corría por el parque, gritando, huyendo de un tío. El papá de mi hija salió a ver qué pasaba, por si había que llamar a la policía -por aquí no es sencillo decidir qué hacer-.
No necesariamente una disciplina punitiva y un ambiente agresivo son el inicio de una cadena de horrores, y si arrastran horrores consigo, no son necesariamente depravados; pero son tan buenas como caldo de cultivo de lo que no queremos...
Silvia Parque