Revista Literatura

Quieto

Publicado el 05 agosto 2013 por Netomancia @netomancia
Sintió la presión en su espalda. No supo bien que pensar en primera instancia, de inmediato sospechó de algún atolondrado que llevaba algún objeto con punta de manera descuidada. Pero cuando aquella voz en forma de susurro le dijo "no te hagás el gil y quedate quieto, mientras te saco la billetera" comprendió que lo estaban asaltando.
Era inaudito. Iba parado en medio del subte, rodeado de una veintena de personas, todos amontonados. Podría intentar girar para ver frente a frente al ladrón, pero al mismo tiempo, la presión en su espalda lo ponía a pensar: ¿realmente está sucediendo, es un arma lo que me está apuntando?
Podía serlo, como no. Quizá era un ardid, una trampa, una manera de asegurarse su pasividad mientras procedía a quitar del bolsillo trasero la billetera, que si mal no recordaba, tenía un par de billetes y la documentación personal y del auto.
Bastaría con un grito suyo, un "me están asaltando", para poner en alerta a todo el vagón. Pero aquello podía también desencadenar una escena de pánico en la gente, y en lugar de ayudarlo, apartarse, dejarlo aún más solo con el delincuente. También, reflexionó, podía asustar a la persona que le apuntaba y provocar una reacción inesperada, un impulso de más, que llevara a que gatillara y de esa forma, acabar con su vida.
No te hagás el gil, le había dicho. Era un exhorto a quedarse quieto, a mantenerse así, conservando la calma, mientras le robaba las pertenencias. ¿Pero cómo podría hacerlo? Hay un instinto muy dentro de cada uno a defenderse. A actuar, a no dejarse pasar por encima. No, no estaba en sus planes rendirse a merced de la injusticia, de la delincuencia. No sucedería, no le haría caso.
Giró al mismo tiempo que dejó de sentir la presión sobre la espalda. Allí no había nadie en particular, solo gente. Palpó el bolsillo y lo encontró vacío. Barrió con la mirada el vagón y no pudo discernir quién le había robado.
- ¡Me robaron! ¡Me robaron! - gritó con bronca, esperando la reacción en la gente. Pero nadie movió un músculo, ninguno atinó siquiera a dirigirle una mirada.
Fue entonces que despertó. Estaba completamente empapado en sudor.
- Que sueño de mierda - le dijo a la habitación vacía.
Una rara sensación recorría su cuerpo. Sobre la mesa de luz estaba la billetera. Había sido una mala pesadilla, nada más. Volvió a cerrar los ojos, pero no pudo volver a dormir. La indiferencia de los demás, cuya imagen volvía una y otra vez a la mente, no le parecía un mal trago de su imaginación.

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