Aquel día, se sentó a la orilla del río con su pies descalzos no sin antes haber pisado la hierba sintiendo su humedad entre los dedos. El susurro del viento la llamaba, mientras la tarde se alejaba pletórica de belleza.
De alguna manera se sentía ligada a aquel lugar y necesitaba tomar conciencia de sus propias raíces.
Era como un ritual que solía hacer con frecuencia sobre todo con la llegada del buen tiempo.
Necesitaba sentirse viva y escuchar palpitar las entrañas de la tierra, pudiendo pasar largos ratos abstraída en sus propios pensamientos, o dejándose llevar sin más, mientras el sol le besaba la cara sin ningún recato.
Aquel río estaba ligado a su historia, y de alguna manera siempre volvía a su ribera cuando necesitaba reencontrarse con ella misma.
El agua purificadora se le antojaba que era capaz de limpiar todo lo malo de su pasado, y hasta que no la palpaba con sus pies y manos no se sentía redimida.
Alimentaba sus raíces con la constancia del regreso.
Le gustaba abrazarse a los chopos cuando llegaba el otoño y se vestían de amarillo, porque desde siempre había tenido una enorme complicidad con ellos . Eran viejos compañeros que guardaban sus secretos con la altivez señorial de su presencia.
Pensaba, que los recuerdos se quedan prendidos por los caminos que recorremos y que siempre podemos recuperar cuando volvemos a ellos.
Bien es verdad que le gustaba sentirse ciudadana del mundo, pero sentía muy adentro que hay que conservar las raíces porque el desarraigo te hace vulnerable.
De vez en cuando se perdía por los viejos barrios del pueblo intentando rescatar historias de pequeños heroísmos, de amores apasionados, de misterios por descubrir...
La esencia de un pueblo esta en sus gentes y sus historias.
Y era en los barrios donde encontraba la riqueza escondida de los seres humanos, con los que acababa teniendo una conversación confidencial, sabiendo que la riqueza esta en la comunicación y era de vital importancia no tener ninguna prisa.
Tan solo se empañaba su ilusión, cuando de año en año se enteraba de la marcha de alguno de aquellos ancianos que le habían contado sus cuitas.
Una enorme pena se adueñaba de ella, al ver esas casas vacías con las malas hierbas en el jardín y las manzanas de la cosecha sin recoger. Casas muertas llenas de recuerdos .
Siempre llevara con ella las calles, los paisajes, los recuerdos de sus raíces, porque de alguna manera ya forman parte de ella.