Rajoy: el carajote

La primera vez que escuché a Rajoy en serio estaba en Bruselas. Habló de la ayuda a la banca española y dijo: “Magnífico, yo he puesto las condiciones”. En ese mismo instante descubrí que era un gilipollas, un gran imbécil, un registrador que en su puta vida ha pedido un préstamo a un banco.
Hoy en Japón he vuelto a oírle. Ha dicho algo así como que vamos de corrido, que todo el mundo se sorprenderá de la recuperación de España, que estamos sobrados. ¡Pobre ignorante!
Este señor ni se ha enterado de nada ni tiene interés en ello. Ni la boba de la Soraya que le define como “el hombre que salvo a España del desastre”. Pobres y absurdos.
España va de culo y cuesta abajo. Aquellos negocios que eran el magma, la envidia de todos, tiemblan. Los estancos, las farmacias, las administraciones de Lotería, apenas pueden pagar los autónomos. Y los registradores y notarios hacen ERE, despiden y buscan comerciales para aliviar un poco su facturación mensual.
Esta es la imagen verdadera de un país al que la crisis ha dejado sin margen de actuación. Los funcionarios, los pensionistas, la sanidad, la educación, todos al fin y al cabo, víctimas de un sistema inoperante e inútil.
Pero ocurre que en España no hay oposición, ni partidos, ni sindicatos. Solo existen los mangantes y ladrones que se piden las raciones de langostinos de dos en dos, y que roban a mansalva.
Rajoy dejará de existir un día, al igual que sus seguidores. Y lo mismo pasará con Rubalcaba, pero no veremos la luz a menos que destruyamos un sistema corrupto, partidista e interesado.
Sin partidos políticos, sin sindicatos, sin chorizos, solo así España saldrá adelante. Mas es un carajote, pero Rajoy otro.