Revista Diario

* ramsay

Publicado el 23 noviembre 2011 por Chinopaper

“Sólo tiene que haber letras. El ideal es apropiarme de mí, de mi pensamiento raso; y primero, para eso, pienso apropiarme de su traducción escrita. Primero batallar contra las letras, luego contra el sentido. Sentido.

Durante los momentáneos destellos de lucidez que lo asaltaban, cada vez más esporádicos desde que comenzó su deterioro, el profesor Ramsay ponía toda su energía disponible en el enorme problema que para él representaba dilucidar qué había llegado primero, si la adicción a la pornografía y la consecuente práctica compulsiva de la masturbación, o las insoportables migrañas que posteriormente derivaron en el padecimiento de un insomnio crónico y sufrido. Le costaba determinar, y atribuía la confusión a su desorden interno, si existía una relación directa entre las dos cosas, si la aparición de la primera – cualquiera de las dos fuese – trajo aparejado el origen de la segunda, o si bien se trató de la génesis espontánea y concordante de dos entidades autárquicas que sabiéndolo débil e indefenso decidieron, cada una por su lado, someterlo a una lenta pero sistemática descomposición del espíritu. Este pensamiento obsesivo, además de invadir y ocupar su cabeza durante la mayor parte del tiempo que permanecía despierto, comenzó también a traducirse y manifestarse en síntomas de diversa índole, llevándolo a consultar varios especialistas por temor a padecer algún tipo de cáncer – colon, páncreas, hígado tal vez -, o de estar gestando una profunda úlcera estomacal que lo condenaría de por vida a una dieta injusta, estricta y aburrida. Lo más difícil va a ser dejar de fumar, pensó luego de visitar a un estomatólogo de renombre que después de revisarlo y ordenarle estudios de rutina lo despachó sin preocupaciones, ya que en su experta opinión no había nada en el paciente que pudiera ser considerado de gravedad o que demandara especial atención. Durante los últimos meses la dependencia al tabaco había crecido exponencialmente en el profesor, entre dos y tres atados por día, y durante los ataques de insomnio u onanismo, o de los dos al mismo tiempo, el consumo alcanzaba dimensiones aberrantes. Lo que más disfrutaba al pitar un cigarrillo era ver cómo el papel ardía y se consumía lentamente; según él, en esa pequeña y fallida hoguera, el indómito dios de todos los vicios moría una y otra vez, tendiéndonos la mano, llamándonos por nuestros nombres, provocando la remisión de la realidad hasta transformarla en un punto minúsculo y grisáceo como una bola de plomo olvidada en el fondo de un cajón.  En otras oportunidades, el profesor, que no menospreciaba el equilibrio de la naturaleza y de la psique humana, mientras contemplaba desde su balcón las luces deprimentes de la ciudad anochecida, meditaba largamente sobre ese minuto inexorable en el que todos nos convertimos en santos de madera para los demás. De todos modos, ante la imposibilidad de controlar por qué camino se dirigirían sus pensamientos cada vez que cedía al impulso de encender un cigarrillo, se conformaba con encontrar de vez en cuando un momento de serenidad, lejos del delirio místico y del rigor científico, que le permitiera pensarse a sí mismo como un hombre común y corriente, como el Ramsay que era antes de convertirse en un pervertido insomne a punto de morir de cáncer o de úlcera.

En caso de emergencia, préndase fuego. O desangre a una bestia sobre el mantel. Conocí a una chica que tiene la cabeza rota, que dice cosas rotas, que usa palabras rotas. Rompe todo lo que encuentra y no le importa. A nadie debería importarle. Hay días en que me despierto pensando que esa chica sea tal vez la bestia que yo tengo que matar, pero después me da miedo. Me quedaría el fuego, es cierto, pero sería lo único, y en las emergencias lo mejor es tener varias alternativas.

Me voy por el desagüe, te vas por el desagüe. Nos vamos por el desagüe. Fluido. Fluidos. Deslizar. Correr. Aguantar. Arrepentirse. Desagüe.

El entorno del profesor no tardó en detectar las señales que evidenciaban el corrimiento de eje que estaba atravesando. Se tomó como precaución, después de una reunión casi clandestina de unos pocos de sus colegas (los más influyentes a la hora de tomar decisiones), establecer un monitoreo delicado pero constante sobre sus actividades. Geografía y Latín fueron las primeras encargadas, a título voluntario, de vigilar los comportamientos cada vez más extraños del profesor. Más que por un impulso solidario, ambas se vieron movilizadas por la extrema curiosidad: Geografía no podía comprender cómo el hombre que le había parecido tan atractivo e interesante (y con el que habría compartido algo más que una simple relación laboral, según dichos posteriores de Historia Clásica) se había convertido en tan poco tiempo en una silueta gastada y desprolija que vagaba por los pasillos entre clase y clase, y que una vez terminada la jornada se alejaba con paso lento y vacilante contemplando los tilos que adornaban el boulevard de la calle Bouchard. Por su parte, Latín nunca hizo públicos los motivos (e Historia Clásica evitó hacer comentarios al respecto) que la llevaron a ofrecerse a participar de ese monitoreo inicial. Luego del primer informe de Geografía y Latín, llegó otro, a cargo de Álgebra y Artes Plásticas, y un tercero, realizado por Francés y Literatura Moderna; ninguno de los tres fue favorable respecto de la condición y desempeño del profesor Ramsay, y aunque en el último se evidenciaba que la situación se agravaba, todos coincidían en tratar el tema con el mayor respeto y cuidado posible, dada la alta estima que todos, además de Geografía, le tenían.

Las plantas. Frondosidad. Me gusta esa palabra. La tuve dando vueltas toda la noche en mi cabeza. No dormí. BDSM. Las de Hong Kong son efectivas pero un poco repugnantes, no había visto hasta ahora cosas tan extrañas. En los foros, algunos usuarios (que ya tengo identificados de varios lugares, deben tener algún problema como el mío) aseguran que ese material es “softcore” y exigen a los administradores de la página que liberen el material de mejor calidad; aparentemente el mercado interno de Hong Kong trabaja con producciones de alto riesgo y que posiblemente rocen lo ilegal, para lo que el moderno occidente no está preparado, por eso las estrategias de marketing global se organizan alrededor de diferentes límites. De todos modos me resulta excitante, desconozco que reacción me produciría consumir algún producto del mercado interno. Frondosidad.

Poco tiempo después se organizó otra reunión, menos clandestina que la primera y de carácter mucho más formal, a la cual Ramsay también fue invitado. El Director llevó la voz cantante, apoyado en un par de oportunidades por los comentarios de Instrucción Musical y de Historia Clásica, que se pasó la mayor parte anotando cosas en una libreta de tapas rojas. En esta reunión se le comunicó al profesor, con suma amabilidad, que debido al comportamiento errático que estaba experimentando en los últimos meses, lo mejor para todos (para la institución, para el alumnado, y para él mismo) era que por un breve período aceptara tomar una licencia y se ocupara en despejar la mente, para poder luego retomar sus actividades repuesto y descansado. Incluso le sugirieron que podría ser beneficioso consultar a algún especialista que lo asesorara. Durante la charla, el profesor sintió todo el tiempo que la mirada de Geografía lo recorría y lo examinaba crudamente, con una intensidad tal que parecía atravesarle la piel en busca de algún signo que delatara sus impresiones y pensamientos, pero permaneció inmutable e impasible, observando a través del ventanal el patio interno del colegio, donde las alumnas del tercer año conversaban entre sí, acariciadas por el brillo anaranjado de las diez y media de la mañana.

¿Será una atracción formal que la palabra ejerce sobre mí? ¿Será que me conmueve la carga de misterio y profundidad que le adjudico? Sea por lo que fuere, adopto el concepto para describir la sensación que tengo sobre mi propio pensamiento. Pensamiento frondoso. Espeso. Crecido. Desarrollado. Una planta alta y gorda compuesta de muchos verdes diferentes, con hojas grandes y multiformes, algunas flexibles y otras muy rígidas y en punta; una planta sin flores por el momento, con muchas ramas, cortas, largas, nuevas, viejas, que se desprenden de un tallo firme pero lastimado. De tamaño considerable, a veces invasivo y sospechoso. Es muy difícil identificar la forma concreta, parecería transformarse según el momento del día. Esta planta es un sistema complejo en el que todas las relaciones establecidas entre sus partes son tan apretadas y consistentes que dan por resultado un follaje denso e inabordable. Pierdo claridad y gano en soberbia.

Horas de televisión, horas de diarios, revistas y comida encargada, horas de pornografía, horas descontroladas y desconocidas, horas desproporcionadas de dientes y dedos amarillentos, de aliento cloacal, de pies transpirados y de cervicales destruidas. De fotos y videos, de cajas y cajas de cigarrillos apiladas sobre el escritorio, de hojas de cuaderno desparramadas sobre el sofá. Horas de insomnio eterno recorría el profesor entre recuerdos que nunca terminaban de cobrar forma, con la cada vez más firme sensación de que las cosas en las que confiaba se iban alejando hasta quedar fuera de los límites de su comprensión. Ni siquiera recordaba si había sido antes o después de la licencia que M vació los placares y le explicó que su vida no estaba hecha para dejarla caer por un borde, por lo que había decidido desde su más sólido egoísmo abandonarlo y emprender un recorrido proustiano que le otorgaría el “retorno a la inocencia” que tanto necesitaba. Le hubiera gustado al profesor poder decirle a M que su planteo era, como mínimo, estúpido, y que más que tratarse de una búsqueda interior lo que traslucían las palabras que ella acababa de pronunciar era una clara muestra de su poca capacidad de reflexión y su obtusa visión del mundo, pero no pudo; la ayudó a cargar las cajas en el auto y se quedó parado en la vereda hasta que el ruido del motor del Peugeot se hizo uno más de todos los ruidos de motores que se alejaban por la Avenida Alcorta. Después entró y apagó la televisión.

Tocan el timbre, estoy corrigiendo exámenes en el escritorio, me levanto y voy hacia la puerta, sé que es martes pero mientras camino me pregunto en voz alta quién puede venir a molestar un viernes tan tarde, es de madrugada, o así parece, cuando abro la puerta me encuentro con un hombre oriental, no puedo identificar si se trata de un japonés, un chino, o un coreano, cosa muy curiosa porque poseo una gran habilidad para diferenciar a esta gente entre sí, los rasgos del oriental se transforman todo el tiempo conservando sólo la raíz más pura de la etnia, me mira fijo y dice “saludos”, inmediatamente aparezco en el medio de un parque lleno de tilos y ya no es de madrugada, o sí, no lo sé, en la mano sostengo una postal sin remitente ni dedicatoria, la doy vuelta y en letras mayúsculas sobre un paisaje de ruinas desconocidas dice: QUITO. ¿Será ecuatoriano?, me pregunto, pero ya no estoy en el parque cobijado por los tilos sino que estoy de regreso en mi living, en el sofá; a mi izquierda sentado un monje y a mi derecha un hombre con cabeza de jaguar, ninguno de los dos es el oriental, yo miro mi postal y ellos dos, al mismo tiempo, me enseñan una diferente cada uno, el monje junta las tres en la palma de su mano y lanza una llamarada por la boca que las incinera en el acto, el hombre con cabeza de jaguar ríe, el monje ríe, yo los miro a ambos desde la puerta de calle y pregunto: ¿QUITO?, el hombre con cabeza de jaguar sigue riendo y el monje me responde: DEFICIENTE.

La vigilia se convirtió en una gigantesca ecuación en la cual todas las variables – la enfermedad, la compulsión, el desinterés, la soledad – se ramificaban haciendo casi imposible la tarea de despejar la incógnita principal. Yo soy x, se decía el profesor frente al espejo cada vez que se afeitaba. Yo soy x, se decía el profesor en voz alta y le parecía escucharse como en una grabación, ajeno y lejano. Quizás lo que quede de nosotros en el final sólo sean esos registros espontáneos que fuimos dejando por todos lados sin darnos cuenta, como mensajes grabados en contestadores equivocados, mechones de pelo atorados en las cañerías, como manchas de grasa en un repasador viejo, como un reflejo borroso e irreconocible en el segundo plano de una foto familiar; tal vez lo único que quede sean aquellas porciones de nosotros mismos que fuimos abandonando sin cuidado por considerarlas absurdas e intrascendentes.

Vuelvo a estas notas después de un breve tiempo de dudosa reflexión y profunda frustración (que devino en una controlada pero notable depresión. Aunque pensándolo mejor, con mayor sinceridad y acudiendo forzadamente a una mirada objetiva, debo confesar que hasta el momento todo lo volcado en estos cuadernos ha sido escrito, con excepción tal vez de la primera página y alguna que otra anotación al margen, en un estado latente y constante de depresión y frustración, con lo cual se podría inferir que mi alejamiento o acercamiento a la escritura de estas páginas no obedece a ningún cambio rotundo del estado de ánimo, sino que ambas situaciones podrían representarse como los picos extremos de una línea quebradiza, subiendo y bajando, que se mueve siempre dentro del mismo rango de acción: la disconformidad. Por otro lado (¿o por el mismo?) me siento atrapado dentro de un círculo vicioso – no soy capaz de evitar el lugar común – muy bien identificado y que posiblemente pueda destruir, o al menos descomponer, en la medida en que logre identificar la frecuencia en la que oscilan esos picos extremos y encuentre la “línea promedio”, el sendero menos dañino, el grado cero de la explosión desde donde pueda observar claramente, hacia adelante y hacia atrás, los límites del círculo. CONFUSIÓN. Enfermos. Todos con lepra. Pieles por todos lados y en las cáscaras soy el  Dios que quema (el dios podrido, el de los sapos, las langostas y los curas pederastas). Soy x y tiendo a infinito.”

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