Pese a toda tu mierda, en parte entendía tu prepotencia. Daba igual lo cabrón que fueras, pues tenías a tus pies a quien no le importaba bañarse en lodazales, nublada su perspectiva, viendo un manantial en lo que era fango.
¿Para qué cambiar si, aún siendo así, había alguien que te lamía las botas? No era necesario llevar máscara, ella te quería igual, pese a tu podredumbre. Ambos erais animales de costumbres.
Pasó el tiempo y el sabor de tus botas se tornó rancio. Ya no resultabas apetecible para ninguna, salvo para ella, vieja, asustada y ciega; y tú, sin atractivo alguno, sin poder sobre ninguna, salvo sobre ella.
Y así, salió como demonio y fiera, podrida y fétida, tu verdadera naturaleza. Cuando te hiciste invisible, cuando ni se te levantaba. Estábais solos en ese juego al que jugabas y al que aceptó jugar. Tu sombra, tu marioneta, tu pelele. Y cuando quedásteis únicamente dos jugadores al fin se dijo: "eres mío".