El monje Grigori Rasputín era prácticamente analfabeto, por lo que no es probable que hubiera leído la celebrada cita de Wilde sobre el mejor modo de librarse de la tentación. Su postura al respecto, de todas formas, era algo diferente de la del irlandés: Rasputín no caía en la tentación para librarse de ella, sino como el mejor camino para acercarse a Dios. "Era Dios -nos dice Troyat- quien empujaba a su servidor Grigori a la fornicación, la embriaguez, la danza frenética. Después de esta purga sería digno, al menos durante algún tiempo, de oír los consejos del Altísimo".
Este otro servidor, no obstante, a diferencia de Wilde y Rasputín, se jacta de tener una voluntad de hierro. Así, pese a que, durante la redacción de esta entrada, el Maligno no ha cesado de susurrarme al oído incitándome al pecado y la depravación, he conseguido resistir y no he recurrido a la canción de los Boney M para darle título. Y esa es sólo una de las múltiples tentaciones que acechan a quien se acerca a este fascinante personaje.
Casi cien años después de su muerte, la figura de Rasputín, a poco que uno se acerque a él, concita todavía un interés fuera de toda medida. Este interés se explica, en primer lugar, por la propia persona de Rasputín, que fue tan idolatrado como profeta y sanador milagroso como detestado por su naturaleza diabólica y su escandalosa influencia sobre la zarina.
En segundo lugar, por la época histórica que le tocó vivir, la de los últimos años del zarismo. En aquellos años previos a la I Guerra Mundial, cuando, tras el fiasco de la guerra ruso-japonesa, en el Imperio Ruso el espíritu de la Revolución se manifestaba en un creciente descontento social y en periódicos estallidos de violencia contra el gobierno, este monje siberiano de luenga barba e hipnótica mirada, de aire ascético y naturaleza lujuriosa, resulta más que un anacronismo: es un auténtico enigma.
Y por último, porque se trata de una historia que, aunque resultara apasionante, en una novela la calificaríamos como inverosímil. No me creo, diría el lector, este intento de asesinato por parte de una mujer sin nariz. Tampoco me trago el personaje del príncipe envenenador exiliado que vive de sus memorias. Lo de la hija de Rasputín trabajando en el circo rodeada de leones y elefantes, ¡venga ya! Y sobre todo, el meollo de la historia: ¿quién se va a creer que un campesino siberiano analfabeto puede llegar a convertirse en el hombre más influyente de la corte de Nicolás II?
Nos cuenta Troyat, a quien me niego a volver a elogiar porque me he quedado ya sin adjetivos, que el papá de Grigori desconfiaba de la escuela. El señor Rasputín era un campesino acomodado, de los más prósperos del pueblo siberiano de Pokróvskoye. Tenía prestigio como desfacedor de entuertillos entre vecinos, reputación de bebedor, y un carácter, cabe suponer, bastante despreocupado en lo que respecta a la educación de sus hijos. Yefim Rasputín pensaba que la vida, el campo y los animlaes ya enseñaría a sus hijos lo que éstos tuvieran que aprender.
El pequeño Grigori tuvo una temprana infancia idílica, hasta que la tragedia golpeó a la familia: un día su hermano Dmitri y él se cayeron al río y enfermaron de pulmonía. El mayor murió y el propio Grigori se salvó de milagro. La tragedia traumatizó al pequeño, cuyo carácter perdió ese desenfado infantil y pasó a ser mucho más retraído. Este cambio en el carácter se acentuó cuando, durante su convalecencia, Rasputín tuvo su primera visión mariana. Nos cuenta su hija María en sus memorias Rasputín, mi padre, que una hermosa señora vestida de azul se le presentó al niño que luego sería su padre y le dijo que tenía que curarse. El Pope del pueblo no tuvo dudas en confirmar la veracidad del relato, y desde ese momento el pequeño Grigori se sintió un elegido.
Tras una breve experiencia de este tipo en los santuarios locales, Rasputín se casó, a los diecinueve años, con una joven llamada Praskovia. Tuvieron un bebé que murió a los seis meses y Rasputín, destrozado, se entrega a la bebida y a una vida de desenfreno. Ante los desmanes que causaba, el pueblo lo condenó a un año de destierro. Empieza el verdadero peregrinaje de Rasputín.
Conoció al asceta Makari, quien, aparte de empezar a enseñarle a leer y escribir e introducirle en la biblia, le confirmó su destino como peregrino. El Rasputín que volvió a Pokróvskoye ya no era el mismo. Precedido por su fama, y considerado ya por sus vecinos un sanador de cuerpos y almas, Rasputín comenzó a organizar reuniones místicas en las que los adeptos, o habría que decir las adeptas, aparte de orar y entrar en trance, se entregaban a la fornicación. Comprensiblemente, no todos veían con buenos ojos estas actividades espirituales, y Rasputín fue acusado de pertenecer a la herética secta de los jlisty. Esta secta rechazaba el sacerdocio y creía en la posibilidad de una comunicación directa con el Espíritu Santo. Practicaban al ascetismo de una manera un tanto sui generis, que consistía en rituales frenéticos que solían incluir flagelaciones y culminar en orgías. Pese a que su hija María niega que su padre perteneciera a dicha secta, la sospecha, y el consiguiente escándalo, nunca abandonó a Rasputín.
Buf, y no he resumido más que las primeras 18 páginas. En fin, por abreviar un poco, diremos que su fama como sanador fue creciendo como la espuma. En su peregrinaje a Kazan, un clérigo, impresionado por la devoción y el misticismo de Rasputín, le escribió una carta de recomendación para la Academia de Teología de San Petersburgo, dirigida por el archimandrita Teofán. A su llegada a la ciudad imperial en 1903, Rasputín, que no olvidemos era un (complejo) campesino, se quedó impresionado por el ajetreo, la belleza, el lujo y "la sensación difusa de omnipotencia imperial". Al poco tiempo, sin embargo, fue él quien imresionó a todo aquél que lo conoció. El propio Teofán quedó maravillado con aquel "representante genuino del terruño ruso, un cristiano de los primeros tiempos, cercano a las enseñanzas de Jesús. No era un hombre de iglesia, sino un hombre de Dios".
En aquel momento, el misticismo y el ocultismo eran lo más en la corte del zar, y la zarina Alexandra tenía de hecho su pequeña corte de curanderos y videntes. Así, entre la fama de Rasputín, la influencia de sus contactos, y su relación con una amiga de una amiga, era sólo cuestión de tiempo que el monje siberiano conociera por fin a Nicolás y Alexandra. La zarina, que nunca cayó en gracia al pueblo ruso, se reveló ante Rasputín como lo que sin duda era: una mujer inestable que, aunque profundamente devota, tenía una gran propensión a buscar respuestas en el más allá.
Uno de los aspectos de la vida de Rasputín que me da la sensación de haber sido menos estudiado es el modo en que su relación con la familia real se enraiza en el folklore ruso. En los cuentos tradicionales rusos, como en muchos otros, el zar es un personaje más, que tan pronto se presenta en la cabaña de un leñador como salva a un oso de morir ahogado. Esta cercanía del zar al pueblo era, por supuesto, una fantasía, pero la aparición de Rasputín sirvió para que la fantasía durante un tiempo cobrara forma. Rasputín, el campesino analfabeto, el mujik siberiano, siempre se dirigió al zar y la zarina como "padrecito" y "madrecita", nunca como "majestad". Jamás se humilló ante ellos como era prescriptivo, sino que los trató, relativamente, de tú a tú. Esa insólita campechanía contribuyó a su carácter de "autenticidad" ante la zarina, que en sus cartas siempre se refirió a él como "nuestro amigo".
Como es sabido, Nicolás II y la zarina Alexandra ocultaban un terrible secreto: el zarevich Alexis, único heredero al trono, sufría de hemofilia. Cualquier herida o contusión podía complicarse hasta acabar con su vida, y en cualquier caso, le causaba un dolor insoportable. Rasputín obró el milagro de curar al zarévich hasta en tres ocasiones, una de ellas mientras se encontraba en su Siberia natal. Y es que, a diferencia de los curanderos de la zarina, el monje obraba sus milagros por medio de la oración y no de la imposición de manos.
Naturalmente, tanto entonces como ahora, eran muchos quienes acusaban a Rasputín de charlatán, y achacaban sus supuestas curaciones y milagros a la autosugestión o a la hipnosis. Los médicos, incapaces de aliviar los dolores del zarévich, se negaban, como es comprensible, a aceptar el milagrerismo de Rasputín y acusaban al monje de aprovechar lo que no era más que la evolución natural del paciente. Hay versiones para todos los gustos, y aunque uno es bastante reacio a dar crédito a estos milagros, lo cierto es que tras la intervención de Rasputín, el zarévich se recuperó incluso tras haber recibido, en una ocasión, la extremaunción. Si Rasputín era un impostor, fue uno de los mejores impostores de la historia.
Wake Up the Gypsy in Me, una curiosísima película de dibujos animados de 1933, protagonizada por Rice Pudding, trasunto de Rasputín. Observad en quién se transforma el monje al final. WTF?
Rasputín hizo numerosos y poderosísimos enemigos en la corte, y ni siquiera el favor de Alexandra bastaba para protegerlo de ellos, que no tardaron en urdir su asesinato. Por diferentes motivos, las fuerzas políticas de extrema izquierda y de extrema derecha quisieron aprovechar el creciente escándalo alrededor de Rasputín. La extrema izquiera "explotaba el desprestigio de la pareja soberana para acelerar la caída del régimen [mientras] la extrema derecha pretendía apartar del trono a quienes ensombrecían la dinastía para restaurar una autocracia pura y dura. Los partidarios de esta solución abogaban por disolver la Duma, endurecer la censura, conceder más poder a la policía y declarar la ley marcial. La zarina estaba con ellos, el zar vacilaba."
En junio de 1914, Rasputín viajó a su pueblo natal con su hija María. Allí, a la puerta de su casa, e encontró con una harapienta mendiga con un apósito en lugar de nariz que le pidió limosna. Esta mujer se llamaba Jina Guseva, y era una prostituta que había quedado desfigurada tras contraer la sífilis. Mientras Rasputín rebuscaba en el bolsillo algo que darle, recibió de la mendiga una puñalada en el vientre que le dejó con las tripas fuera. Cuando la mujer se disponía a volver a clavarle el puñal, Rasputín le asestó un puñetazo en la cabeza que la tumbó. Pánico en la corte, telegramas con deseos de una proonta recuperación a porrillo, y protección constante ordenada por el zar.
Es bastante probable que quien estuviera detrás de este intento de asesinato fuera el hieromonje Iliodor, a quien la wiki nos describe como el enfant terrible de la iglesia ortodoxa. Rasputín e Iliodor sintieron, desde el primer momento de conocerse en San Petersburgo, mutua admiración, pero si algunos hablan de nuestro héroe como un loco diabólico, no quedan palabras para definir a Iliodor. Parece ser que las primeras desavenencias entre ambos surgieron a raíz de la muerte de Tolstoi. Admirado por Rasputín (como hombre religioso, naturalmente; Rasputín jamás leyó ninguna de sus novelas), Tolstoi, que recordemos había sido excomulgado por la iglesia, era denostado por Iliodor, quien, a la muerte del escritor, colgó en su monasterio un retrato para que los fieles lo cubrieran de escupitajos. Este Iliodor, uno de los más clérigos más influyentes en la corte, posteriormente perdió la cabeza de tal modo que fue suspendido por el Santo Sínodo. Despechado y chulo, Iliodor fundó una comunidad religiosa llamada Nueva Galilea, que era una "asociación de mujeres y jovencitas entregadas en cuerpo y alma a la cuasa contra Rasputín. Su principal objetivo era atrapar al falso stárets y castrarlo, para que no enlodase más a criaturas inocentes".Pero aún hay más, porque en 1916 Iliodor partió para Nueva York donde, al año siguiente, apenas 6 meses tras la caída de la monarquía, se interpretó a sí mismo en la película La caída de los Romanov.
Rasputín siempre estuvo en contra de la participación de Rusia en la I Guerra Mundial. Su convalecencia tras el apuñalamiento coincidió con el momento en que Nicolás II tomó la decisión de intervenir. Los historiadores se preguntan qué hubiera sucedido si nuestro héroe hubiera podido lanzarle una miradita o dos de las suyas al zar. ¿Habría conseguido imponer su voluntad sobre el zar y detener la tragedia en la que se iba a hundir el país? Es difícil afirmarlo, máxime cuando la influencia de Rasputín sobre el zar nunca fue tan grande como sobre Alexandra, pero en cualquier caso es evidente que Nicolás II habría encontrado en la oposición del monje a la guerra un obstáculo formidable.Es decir, que tampoco caeré en la tentación de afirmar que una puta sin nariz cambió el curso de la historia.
Suele sucederme, y lo digo una vez más, que las obras de Henri Troyat, a quien considero un biógrafo tan bueno como Stefan Zweig, se me hacen imposibles de resumir. Cada una de sus páginas, y más en una historia como la de Rasputín, es sencillamente apasionante, lo cual quiere decir apasionante de una manera bien sencilla. Uno pasa las páginas embobado, mientras ante él se suceden los embrollos de la corte, el hundimiento del prestigio del zar, que sólo recuperó brevemente gracias al entusiasmo popular ante la Gran Guerra; los rumores, las mentiras, las leyendas y los escándalos provocados por Rasputín, de quien se llegó a decir que fue amante de la zarina, algo que niegan práticamente todos los historiadores; la sorprendente sensatez de algunos de los consejos de Rasputín al zar en asuntos militares; la intervención de nuestro héroe a favor del acusado en el fascinante y vergonzoso caso Beilis; las teorías conspiratorias que acusaban al monje de ser un agente al servicio de Alemania; la partida de Nicolás II al frente para tomar las riendas de su ejército, lo que deja a la zarina sola en la corte con "nuestro amigo"; el mismísimo Kerenski, futuro Primer Ministro en el gobierno provisional, informado del plan para acabar con Rasputín; la increíble historia de ese asesinato, en el que estuvieron involucrados un príncipe y un diputado de extrema derecha; o la increíble profecía de Rasputín al zar:
Presiento que perderé la vida antes del 1 de enero. Quiero que el pueblo ruso, Papá [el zar], la Madre rusa [la zarina], los niños y la tierra rusa sepan lo que han de hacer. Si los que me matan son vulgares asesinos , en particular, mis hermanos, los campesinos rusos, tú, zar de Rusia, no tendrás que temer por tus hijos. Reinarán durante siglos. Pero si los que me matan son boyardos, nobles, y vierten mi sangre, sus manos estarán manchadas con mi sangre durante veinticinco años. Tendrán que irse de Rusia. Los hermanos se alzarán contra los hermanos, se matarán entre sí y se odiarán, y durante veinticinco años no habrá nobleza en el país. Zar de la tierra rusa, si oyes el toque de campana que anuncia la muerte de Grigori, debes saber que, si uno de los tuyos es el cuasante de mi muerte, ninguno de los tuyos, ningún hijo tuyo vivirá más de dos años. El pueblo ruso los matará [...] A mí me matarán. Ya no estoy entre los vivos. ¡Reza! ¡Reza! ¡Sé fuerte! Piensa en tu bendita familia.
Como todo lo que rodea a la vida del monje diabólico, la muerte de Rasputín está envuelta en las tinieblas de la leyenda. La única versión de primera mano es la que nos proporcionó el presunto asesino, Félix Yusupov, en sus memorias, y es la que, con las debidas reservas, se ha dado por buena. Le otorga credibilidad el hecho de que alguien tan vanidoso como el propio Yusupov no queda demasiado bien parado, y en ocasiones la escena tiene más de farsa vodevilesca que de leyenda.Nos cuenta Yusupov en sus memorias que, tras haber conseguido introducirse con argucias en el círculo de Rasputín, invitó al monje a su palacio, no se sabe muy bien con qué argucias. Algunos cuentan que Rasputín se frotaba las manos ante la posibilidad de un encuentro con la esposa de Yusupov, y hay quien asegura que Yusupov mismo jugó esa carta cuando en realidad la bellísima Irina se encontraba en Crimea. También ha habido quien ha sugerido que Yusupov, que era bisexual, decidió matar a Rasputín por despecho, al ver rechazados sus intentos de explorar bien a fondo la leyenda que rodeaba al monje (leyenda quizás injustificada; el cirujano que atendió a Rasputín tras el atentado en Pokrovskoye aseguró que tampoco era para tanto).
Sea como fuere, Rasputín se presentó en el impresionante palacio del príncipe. Éste, tras ofrecerle pasteles envenenados y ver cómo Rasputín se los comía como si nada, subió al piso de arriba para consultar con sus cómplices: "Oye, que no se muere, ¿qué hago?". A continación bajó y le descerrajó un tiro en el corazón. El doctor, que también se encontraba en el palacio comprobó que Rasputín estaba muerto, y acto seguido empezaron a intentar eliminar todo rastro del crimen. Horas más tarde, Yusupov tuvo un funesto presentimiento. Bajó al sótano, donde se había cometido el crimen (y que hoy tiene una reproducción en cera de la escena del crimen), y tomó el pulso al cadáver... que de repente abrió un ojo y le echó las manos al cuello. Sí, parece ser que más de un guionista ha leído las memorias de Félix Yusupov. Según éste, Rasputín consiguió levantarse y huir, y fue en el patio donde el diputado Purishkiévich le volvió a disparar antes de que consiguiera salir a la calle. Rasputín volvió a caer, presumiblemente muerto, pero, por si acaso, le remataron a patadas y porrazos, antes de tirar su cuerpo al río, de donde fue recuperado pocos días más tarde. Una historia increíble, sí, pero es la única que hay.
Recientemente se ha especulado con la teoría de que no fueron Yusupov y compañía quienes acabaron con la vida de Rasputín, sino que el asesinato fue organizado y llevado a cabo por los servicios secretos británicos. Efectivamente, la influencia de Rasputín sobre Nicolás y Alexandra hacían peligrar la intervención de Rusia en la guerra. Si Rusia se hubiera mantenido al margen, Alemania habría podido dirigir todas sus fuerzas al frente occidental, es decir, contra Inglaterra. Investigaciones recientes parecen dar relativa credibilidad a esta hipótesis, que no deja de ser una atractiva y tentadora teoría. No obstante, los servicios de inteligencia británicos no son la KGB, y cuesta creer que semejante información se haya podido mantener oculta durante in siglo.
Pero la historia sigue, naturalmente. Poco después se cumplió la profecía de Rasputín, quien no previó, sin embargo, que su cadáver sería sacado de la tumba e incinerado por orden de Kerenski. Los candidatos a exilio se exiliaron, entre ellos, naturalmente, Yusupov, que pasó a la historia como el hombre que mató a. El chalado de Iliodor acabó sus días en Nueva York, trabajando de conserje. Por su parte, una de las hijas de Rasputín, Maria, se dedicó al maravilloso mundo del circo. Años más tarde, una de las hijas de Maria entabló amistad con Irina Yusupova, hija del hombre que mató a su abuelo.
Y si pensáis que me iba a resistir a lo irresistible, andabais muy equivocados. Uno es fuerte, pero humano. Sirva como atenuante que este vídeo nos muestra al legendario cuarteto junto al Kremlin, así como al inimitable y legendario Bobby Farrell luciendo una barba tan luenga y recia como la de nuestro héroe. ¡Ra ra...!