Revista Talentos

Raùl y Abel

Publicado el 27 marzo 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Raùl y Abel

Raùl y Abel

Lucía masticaba chicle como  mezcladora de cemento mientras Raúl robaba el farol de un chalecito. Juntaban dos o tres por día y de ahí al mercado de pulgas para pucherear el día. Ella huyó de su casa a los dieciséis años enamorada de ese hombre mayor de edad, que andaba en moto y alardeaba acerca de un fierro en su casa. El embarazo de lo que después iba a ser Cecilia vino unos años mas tarde, la certeza de que con Raúl no había futuro la tuvo casi enseguida, pero se quedó.

Abel soñaba con ser piloto de aviones. Varias veces había ido a Ezeiza con su padre, Dios lo tenga en la gloria, a ver como despegaban magicamente las naves. Las costumbres de pobre, que no eran pocas, no taparon su sueño, lo que sí lo tapo fue Lucía, 4 años mayor, mujer desarrollada con hoyitos en los cachetes, pelo entre rubio y castaño. Abel la amó en secreto desde que la vio por primera vez. Cada una de sus acciones estuvo orientada a impresionarla: Fue abanderado de raya al costado, hizo goles en minutos decisivos de partidos de barrio, se lastimo con cascarita y no dijo ni mù. Pero esas cosas parecían no importarle a la bella de Burzaco que le tocaba la cabeza aprobándolo mientras revolvía su corte de casquito.
A pesar de la huida de Lucía, Abel siguió queriendo impresionarla en su ausencia. “Ya se va a enterar se decía”. Así fue que dejó su corte de casquito, aprendió a beber y fumar,salió con muchas mujeres que no eran la amada, ellas no lo sabían y morían por el, en especial Sol que caía en su cama sin que él tuviera que pedirlo. En la calle aprendió a estafar y aprendió bien, así solventó los gastos de su vida de calavera y sus tardes mirando a San Martín en la platea. Cada tanto emprendía una investigación entre los malandras para saber algo de ella. Sin que se entere, cada tanto pasaba por la puerta de la casa del tal Raúl, ese que la había robado. Caminaba chusmeando como si nada, para ver si ella estaba. A veces también se juraba que si la veía le mostraría el hombre que era ahora, que la amaba, que su fama en la matufia era por ella. Sin embargo no la veía, o cuando creía verla, aceleraba el paso.
Cecilia fue un quiebre para Lucía, varios años de penurias, de tener la cara cansada, de bancarsela, solo necesitaba una ayudita para explotar,  para pudrirse de manera definitiva. Extrañaba algunas veces a sus viejos, a veces veía a su hermana, Melu, que cada vez se ponía más hermosa, más bella, más maestra jardinera. Extrañaba Burzaco y a sus amigas, a algunas, a otras no se las bancaba. Dejar todo por un tipo que llegaba mamado y se iba mamado no había sido una buena elección, ya no le causaba gracia, ya no veía en él al Che Guevara. Quería estabilidad, una casita linda, un hombre que llega a las siete, una película a la noche. Raúl tampoco se la bancaba más, tal vez porque ella había cambiado, tal vez porque el negocio de robar faroles no alcanzaba para el puchero , la cerveza y la mujer, tal vez porque la veía marchitarse, tal vez porque estaba enganchado con otra mina.
Lucía hacía mate que tardaba en lavarse para no desperdiciar la yerba, a la tardecita, antes de salir a buscar faroles, miraba por la ventana. Varias veces vió pasar a Abel, hubiera salido, pero no quería mostrar en lo que se había convertido. Seguro era piloto de aviones con esas camperas de cuero que usaba, ella se sentía menos, avergonzada y encima con una panza terrible, que aunque ella no lo creía así, no había logrado quebrar su cintura deseable.  

Enterado del embarazo de Lucía, Abel aceptó que ella no lo querría jamás. Aceptó a Sol y se dispuso a construir una relación seria, dentro de la seriedad que puede tener un tipo que vive de noche y haciendo tretas comerciales con artículos dudosos. “Ay si yo fuera el padre” se decía. Y se dispuso a la tarea de tener un hijo “ya va a ver que yo también puedo, ya se va a enterar”. Así nació Cristian, quien sería criado casi enteramente por los padres de Sol.
Raúl ya no estuvo el día que nació Cecilia. Madre soltera dijo la partera, sin lugar donde ir, Lucía regresó a  Burzaco. No contó mucho, aunque los papás sabían gracias a Melu, no hubo muchos reproches. A la nena no le faltó Nestum ni pañales. A la mamá le faltaba un hombre que la quiera, o no, pero pasa que cuando nos quieren y no nos dicen creemos que no hay nadie. Parecida suerte vivió Sol, cuando Abel se enteró que Lucía volvió al barrio y decidió partir a España. El atorrante, a diferencia de Raúl, si conoció a su hijo y hasta lo visitó durante varios fines de semana antes de rajar a lavar copas.
Abel,movido por el odio que genera que a uno le rechacen el amor no declarado, se acercó a la casa de la Lucía, con la excusa de su partida , para despedirse de los vecinos y de paso mostrarle a la desgraciada lo que se había perdido. Los padres de Lucía lo recibieron en la puerta, parte por su fama, parte porque no entendían porque se despedía un muchacho con el que casi no habían tenido relación los últimos años. Abel, se sintió dichoso al ignorar a su amada secreta en su cara, para que aprenda.Lucía apenas si se enteró que alguien había tocado la puerta, ocupada en calmar los llantos matinales de Cecilia.
Abel partió, cada momento en el viejo mundo, pensó en su vuelta exitosa y en Lucía. Pensó hasta que la policía madrileña, eficaz, lo apresó por andar en cosas raras  con los top manta. Luego sólo le quedó la posibilidad de emigrar a Marruecos con algunos de sus nuevos amigos, no podía quedarse en España, no podía volver derrotado a Argentina. Enamorado de una muchachita de piel color miel, olvidó a lucía
Lucía encontró otros hombres, iguales o peores que Raúl que la llevaron a abandonar a Cecilia, para que la niña no cargue con sus errores que le parecían destino inevitable de su vida. A veces mandaba cartas a sus padres para saber algo de la niña, las cartas no eran respondidas o tal vez, como pensaba Lucìa para sentirse mejor, nunca llegaban.
Cecilia y Cristian se conocieron unos años después en un bailongo. El morochòn decidido planteò su amor sin dudarlo ante la primer oportunidad que tuvo con la petisa corte carre,.Asì consumaron una historia de amor convencional, con besos, sexo, peleas, momentos duros y hermosos. Vivieron 20 años juntos, sin saber su pasado, sin conocer a los padres del otro, sin enterarse que si Abel o Lucìa hubieran sido valientes todo hubiera sido distinto. Quien escribe cree que es mejor asì, todos dicen que en Burzaco jamàs nadie se amò como Cecilia y Cristian y eso es bueno


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