Revista Diario

Raval

Publicado el 27 abril 2010 por Quique
RAVAL
Alaska, 22 de abril de 2010,Había quedado con Rafa en Canaletas. Después fuimos hasta el MACBA, que utilizamos para orientarnos y llegar más fácilmente a la calle Guifré, donde está la sala Almazen. Actuábamos a las 22h. Bueno, actuaba Rafa. Yo no quería perderme el estreno de la compañía en Barcelona. Cenamos cerca del Romea. Unas tapas excelentes. Mi hermano pidió agua y yo una cerveza, privilegio de ser el escritor de la compañía y no tener que salir a dar la cara en el escenario. Luego volvimos paseando, disfrutando de este barrio tan lleno de vida.
El Raval es un barrio desconocido para mí. En mi infancia Barcelona empezaba en el Carmelo , el Parque Güell y la plaza Sanllehy y terminaba en Vall d'Hebrón, bajando por Lesseps, donde vivían mis tíos de Barcelona. A los Sánchez no se nos había perdido nada en el Raval.Luego fui sabiendo cosas del barrio en cuentagotas. Cuando estudiaba educación social (educación especializada se le llamaba entonces) los profes nos propusieron una visita al Casal dels Infants. El Raval era todavía el Barrio Chino y adentrarse en aquellas callejuelas me intimidaba. En esos tiempos yo vivía en Badia, cuando Badia todavía no era Badia del Vallès y era también conocida  como "la ciudad dormitorio". En realidad un lugar tranquilo para vivir, pero intimidante para los foráneos.
Años después volví a tener noticias del Raval. Fue leyendo Raval, del amor a los niños. Una investigación periodística sobre el descubrimiento, en 1997, de una supuesta red de pederastia en el barrio. Supuesta porque nunca existió. Un reportaje que dejó al descubierto un cúmulo de errores policiales, judiciales, administrativos y periodísticos que llevaron a ciudadanos inocentes a prisión y a la humillación pública. Unos errores, incluidos los que cometieron los servicios sociales, que difícilmente se hubieran producido en un barrio menos estigmatizado.
Para entonces, los arquitectos y las excavadoras empezaban a diseñar otro Raval. Lo que sabía lo iba leyendo en los periódicos. En aquella época, que yo recuerde, había básicamente tres posturas acerca de la transformación del barrio: los que consideraban que la transformación era necesaria en un barrio que se caía a trozos, los que criticaban la especulación y la subida de precios que expulsaba del barrio a sus antiguos inquilinos y los nostálgicos del barrio chino que lamentaban que la memoria se perdía tras cada casa derribada.Sobre la especulación inmobiliaria, poca cosa más puede decirse. Con los años se ha visto que no era un problema exclusivo del Raval y ha acabado provocando una de las crisis económicas más graves de los últimos tiempos.Lo de la nostalgia, sin embargo, es discutible. En el año 2000 vi, en el Teatre Nacional de Cataluña, la obra Olors, una oportunidad única para ver el trabajo de tres grandes del teatro. Un texto de Benet i Jornet, interpretado por Rosa María Sarda y dirigido por Mario Gas. Olors hablaba de la transformación del Raval y lo hacía desde la nostalgia. Según el propio Benet i Jornet, era su oportunidad para "manifestar mi pobre, desgraciada e inútil condena de un mundo que desaparece". En un momento de la obra, el personaje interpretado por la Sarda decía "sin un rincón para guardar la memoria. unos arquitectos que esponjan el barrio, lo trastocan, lo desfiguran, lo devoran y lo arrasan. ¡ Lo arrasan!". Para entonces yo ya había desconectado totalmente y mascullaba quejas por lo bajini desde mi butaca, como hago cuando no estoy de acuerdo con algo. Quizás estaba equivocado, porque yo apenas conocía el Raval de entonces, pero es que yo ya había vivido esa destrucción mucho antes: la de mi propia casa y mi propio barrio, el de las barracas del Carmelo. Ninguna coartada sentimental iba a cambiar mi opinión de que no se tiene nostalgia de las humedades, ni de las goteras, ni de las estrecheces, ni de la falta de luz. Lo mejor que le pasó a mi barrio es que las excavadoras lo arrasaran y los pobres pudieran tener un lugar digno donde vivir. Ningún discurso intelectual me iba a convencer de que mi memoria necesitaba una chabola donde guardarse. Ni hablar. Los turistas de la pobreza  se tendrian que  conformar con las andanzas  del Pijoaparte, esas sí, inamovibles.
Ahora estamos aquí, Rafa y yo, en la sala Almazen del Raval. Él calentando la voz y yo dando un vistazo a esta sala magnífica. Antiguo almacén de las zapatillas Victoria, hoy convertido en un cuadrilátero teatral, rodeado de público por todos lados menos por uno, como las penínsulas, y coronado por cuatro columnas que le dan un aspecto solemne. Almazen es también  la sede de la asociación cultural La ciutat de Les paraules, un espacio de interacción cultural en el Raval. Por si uno se pierde, un gran corazón rojo cuelga de la calle y te indica dónde está el teatro. Es uno de los vestigios de las primaveras de 1998 y 2000 en las que un grupo de artistas convirtieron el Raval en un poema visual transitable. Un proyecto ciudadano de educación social.
Rafa hace unas flexiones y yo miro como trabaja el técnico de luces y sonido. Estamos aquí, digo, esperando a que llegue el público y llene de luz este espacio íntimo y oscuro.__________________________________________________Cortesías de:  Manuela's secret, DIXIT , Ravalnet

http://factorialossanchez.blogspot.com

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