Vieja enhebrando una aguja (Vincent Siendzinski)
Nopuede ser tan difícil, dice, mientras enhebra el hilo dorado en laaguja. Lo inserta con precisión milimétrica, y con un giro lointroduce en el tejido rojo terciopelo sangre. Entonces levanta lamirada y sigue tejiendo puntadas regulares, como si no le hicierafalta mirar lo que está haciendo de tan acostumbrada a dar hilo,una y otra vez, minuto a minuto, horas, días seguidos. Sin otra cosaque hacer. Unaamplia sonrisa de dientes amarillo me mira. Es fácil, ¿no ves? responde haciéndose eco de unos pensamientos que no he pronunciado.Ellasabe leerme, con un simple temblor en las pestañas. No hace faltadecir más. Le pasa como a mí, no es necesario mirar el teclado. Esuna parte de mi misma, de nosotras mismas. Estamos hechas uno con elinstrumento, tanto que ya ni es instrumento ni nada ajeno: es nuestraparte, una parte más, una parte esencial con la que nos ganamos elpan.
Peroella, como siempre (en todo) me lleva años de ventaja. Ella sí vivede lo que produce su instrumento-sí misma, mientras yo me consumo,poco a poco, sin saber qué hacer.
Aunquela palabra no es consumirse, va más allá. Es consunción, unaconsunción cadavérica que me convierte en enferma terminal sinsaberlo. No hay diagnóstico posible, no hay radiografía que muestrenada anómalo. Lo he intentado:
- Mire, doctor, a mí me pasa algo. Se lo digo yo. No me encuentro a gusto. El cuerpo me está avisando que algo pasa.
- No le ocurre nada, señorita. Las pruebas son correctas. Tiene todos los niveles en su sitio.
- ¿Seguro?
- Se lo puedo asegurar, las pruebas son 100% fiables.
- Pues no lo entiendo.
- ¿Quiere una segunda opinión?
- No hace falta, gracias. Me fío de este diagnóstico suyo, aunque....
Aunquediga que no tengo nada. Aunque no explique por qué duele dondeduele, qué es lo que falla, que es lo que está estropeado. ¿Novalen para eso los médicos? Para decir: te duele aquí, porque lotienes estropeado. Esto no funciona correctamente, no tiene losniveles necesarios que nuestras estadísticas dicen que deberíantener. ¿Lo sabes? Sí, el Libro sabe todo lo que es necesario sabersobre los niveles correctos del ser humano. Uno a uno, todos debentener un nivel concreto. No puedes salirte de ahí, o estarásenfermo por exceso. O por defecto.
Pero...¿qué sucede si siempre estás por debajo de lo que debería ser?¿Si todo no es más que un fraude, algo que asumes seguro y enrealidad sólo existe en tu cabeza? ¿Y sin embargo, ni siquiera esuna alucinación? Dime: ENTONCES ¿QUÉ?
Elbrillo en los ojos de ella ha soltado un chispazo para apagarse conuna sombra oscura. Una niebla que precede a la pregunta.
- Hija, ¿por qué no lo intentas?
- Porque no puedo.
Nopuedo. Nopuedo.No-Puedo.NOO pue-do. O.Esdemasiado difícil. No.Seríadoloroso empezar, hay demasiadas barreras.
- ¿Cómo cuáles, hija?
- No puedo.Puedo.Miedoal fracaso.
- Ah - dice entornando los ojos. A través de sus pestañas brilla el reflejo afilado, ese reflejo, otra vez, como si supiera de lo que le estoy hablando.
Elmiedo es el peor enemigo. Un miedo, gran miedo, enterrado baja capasde valentía inncesaria: tirarte por el barranco campo a través,hacer parapente, moverte de noche sola, sin necesidad de que nadie teacompañe a casa, ¿para qué? siempre preguntabas, SI NO PUEDEPASARME NADA. PORQUE SOY FUERTE Y NO TENGO MIEDO.
Miedo.Puedo.No.
----------------------Perdermeen la marea negra y hundirme sin remedio, allí al fondo, en lalaguna Estigia. Así me siento, totalmente sin rumbo, como atrapadapor un remolino feroz. Empiezo a asfixiarme, empiezo a hundirme másavergonzada de estar pensando todo eso lejos del presente donde estoycon ella, ella y yo, sentadas tomando el café de la merienda conpastas mientras ella termina de bordar un encargo que entregará endos días. Crece mi vergüenza al sentirme tan lejos de allí,mientras el trabajo de ella lo es; mis pensamientos no son trabajoninguno, no dan fruto, tan yermos como la entrada a su parcela,tierra marrón reseca de la que no brotan ni los hierbajos.
Estoya punto de llorar. El pecho me oprime el pecho, el diafragma no tienefuerza para empujar las toneladas que caen a plomo no se sabe muy biende dónde.
Recuerdode algún modo aquella vez que estaba tan orgullosa de mí misma porser valiente de entrar de cabeza en las orillas del río, entre losjuncos que pinchaban la piel, para cazar a mi presa que era un sapo en esa ocasión.La primera vez que tenía frente a frente a un sapo de verdad, nada dedibujos en los libros de texto, ni fotos. Uno de verdad, gelatinoso. Corrí trasél. El agua me envolvió casi hasta el cuello, pero a mí me dioigual. No veía peligro por ninguna parte. Desde atrás me gritaban¡¡¡ven aquí, que te vas a ahogar!!! y yo no lo entendía.¿Ahogarme por qué? Si estoy al lado de la orilla, hago pie y sénadar estupendamente.
Al girar sobre mí misma y dejar de adentrarmeen lo profundo, me di cuenta de lo que pasaba. No era agua. Micamiseta se había llenado de un lodo marrón grisáceo, lleno depompas de aire, con un olor extraño entre humedad y podrido. Entendíentonces lo que significaba el poético “olor a ciénaga”. Mehabía metido de cabeza, voluntaria y confiadamente, en una ciénaga.Ahora no podría salir. Con el sapo en ambas manos, más grande queambas, mis piernas estaban atoradas en algo desconocido y no teníancapacidad para llevarme de vuelta a la orilla.
Humillada,tuve que soltar el sapo del que me sentía tan orgullosa (ningúnniño del campamento, incluso de edades superiores, había tenido lahabilidad de cazarlo aquellos días cuando cantaba). Llorando, tuveque elegir. Sostener el sapo (lo que quería hacer) o utilizar ambas manos para agarrarme a la rama queme tendían desde la orilla, mi padre riendo, mi madre histérica delmiedo. Unmiedo que era suyo, nunca fue mi mío. Quisieron regañarme,convertir en propio un miedo que yo no quería. Y no lo acepté, comotampoco acepté el castigo consecuente: ¿por qué me castigáis, poruna acto de valentía? ¿Me castigáis por el miedo que habéispasado VOSOTROS? ¿por haberme llenado de barro, o lodo, o lo que seaeso? A mí no me ha importado. ¿Me regañáis porque a vosotros síos ha importado que me pringue en la ciénaga? Es vuestro problema.
Peronunca quisieron asumir que era su problema, su miedo, no el mío. Mehicieron la vida imposible: tenía que arrepentirme de ser valiente.Tenía que retroceder, cuando yo no quería hacerlo de ningunamanera.
Aunque no lo acepté de forma consciente, el mensaje se convirtió en goteo continuo deestalactica-estalagmita. Al final, acabé por sentirme culpable de nohaberme sentido culpable.
Ellame preguntaba por qué no repetía aquel error de antaño. Volver aadelantarme, sin miedo a lo desconocido, buscando mi sapo. A loprofundo. Porque el dolor ya empezaba a empaparme el rostro y se dejaba ver..
Behindjoy and laughter there may be a temperament, coarse, hard and callous. But behind sorrow there is always sorrow. Pain, unlikepleasure, wears no mask.
… Perodetrás del sufrimiento, hay siempre sufrimiento. Al contrario que elplacer, el dolor no lleva máscara.
Yella lo sabía. Sólo quería pincharme con la misma facilidad queatravesaba el caro terciopelo rojo sangre que bailabaentre sus manos.
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After #EncuentroBlogsLiterarios o #Ebl12, o como lo queráis llamar. Intentando hacer un resumen, me pierdo escuchando música (ésta, replay replay replay ad infinitum la 1ª parte que me ha gustado el descubrimiento) hasta llegar a un estado de trance. Escribir bailando en la silla, sin mirar el teclado apenas, y mantener la visión de la escena entre una vieja y otra mujer (que no tengo por qué ser yo, necesariamente). Ctrl + C. Botón Publicar. ¿Por qué, se preguntaría Luis Magrinyà? Pues porque sí. Esto es así. Al mundillo literario español le cuesta entenderlo.
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