Declaraba yo hace unos días que estaba escribiendo sobre dos de mis maestros principales, Camilo José Cela y Gabriel García Márquez. Sucedió que, tras mandar yo al carajo a uno de mis secretarios, al carajo se fue cuanto ya había escrito sobre ellos: aún ignoro hoy qué tecla errónea pulsé en el ordenador, qué extravió mi dedo de repente, si el dulce etílico del reconstituyente Sansón, si el frío etanol del vodka de Irina...
-Fue el coñac, jefe.
-Fue el vino tinto, señor José.
-Y pensar, Rogelio, y pensar, Teófilo Marqués, que todavía os llamo secretarios o ayudantes míos...
-¿No podemos decir lo que pensamos, jefe?
-¿No podemos decirlo, señor José?
-¡Ahora no! ¡A un escritor no se le interrumpe en plena creación, zascandiles! ¡Largo de aquí, dejadme solo ante el realismo mágico de Gabriel!
-¿Del arcángel, jefe?
-¿Qué es un arcángel, señor José?
"Nada, Gabo, no hay manera de que te rinda mi homenaje particular con la seriedad y el tino que pretendo. Entre lo sucedido hace unos días y estos dos por aquí...".
"Ya me aburren tantas seriedades y tinos en los múltiples homenajes que aún me rinden. Me entretienen más, por ejemplo y por lo común, las palabras pronunciadas o escritas bajo los efectos de bebidas espirituosas".
"¿Cómo se vive de muerto, Gabriel?".
"Eso se lo preguntas a quien esté muerto. ¿Qué me cuentas tú?".
"Pues verás... Me acuerdo de aquella bala que dobló la esquina en busca de su víctima y... También me acuerdo del final de Crónica de una muerte anunciada, poco antes del Nobel, qué final... Me acuerdo del paraguas del coronel que no tiene quien le escriba: Tenía tantos agujeros que sólo le servía para contar estrellas... También me acuerdo de la niña, en Del amor y otros demonios, que camina descalza de un pie mientras un hombre tira de su mano y... Me acuerdo del protagonista de La hojarasca que pide hierba para comer, la misma hierba que comen los burros...".
"¿Qué estás comiendo tú ahora?".
"Te invitaría, Gabo, pero es hierba".
"Me gustaría saber quiénes son estos dos, el viejo de las gafas negras y el joven de la nariz interminable".
"El viejo y ciego a tiempo parcial ya estaba al pie de mi cama cuando desperté un día, como si fuera el dinosaurio de Tito Monterroso pero sin estar donde estaba anteriormente, y al joven desgarbado y narigudo lo encontré otro día en la calle y, según él, no hace mucho que se ha graduado en sombras proyectadas y sin proyectar y en el dibujo de mujeres desnudas. Te los presentaría si no fueran sendos zascandiles. Más presentables serían Irina y Blanca, pero no están aquí en estos precisos momentos. Oye, ¿es cierto que le regalaste un atardecer a una mujer?".
"Se lo regalé porque a ella le gustaba. Era muy bello, como ella".
"Qué poético de nuevo, narrador".
"Vaya por el realismo mágico de Cien años de soledad: Aureliano Buendía reclama mi presencia, debo dejarte".
"¿Estará otra vez ante un pelotón de fusilamiento?".
"Puede ser. Como en el realismo mágico conviven lo real y lo irreal sin frontera alguna...".
"¿Me firmas un autógrafo?".
"Cómo no. ¿Dónde te lo firmo?".
"Aquí, en el cerebro del corazón o en el corazón del cerebro".
ENTRE LOS ANUNCIOS CON LOS QUE WP COSTEA EL MANTENIMIENTO DE ESTE BLOG AL TIEMPO QUE LO DESTROZA EN PARTE PARA QUE MIGRE A LA VERSIÓN DE PAGO, MI PROPIO ANUNCIO: ¡ANÍS LA ASTURIANA, SU PRESENCIA SIEMPRE AGRADA!