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Rebecca, la R omnipresente y la siniestra ama de llaves

Publicado el 28 enero 2010 por Carmelo @carmelogt

R en los pañuelos, R en las sábanas, R en las mantas, R en la memoria del ama de llaves, R en todas partes.
Sí, la R de Rebecca está en todo momento presente en esta inolvidable película de Alfred Hitchcock
Cuando era un niño, al verla por primera vez, me impresionó. Y hoy todavía sigue impresionándome.
Es admirable la capacidad de este director para hacer que el personaje principal de la historia sea alguien a quien no vemos físicamente pero que está siempre en nuestra mente, igual que en la de la nueva Señora de Winter.
Joan Fontaine es una joven que se enamora de un aristócrata en Montecarlo, Maxim de Winter (Laurence Olivier). Y lo encuentra en un acantilado en actitud de arrojarse por él. A partir de ahí, inician una relación, un amor, que les durará hasta el final de la cinta.
Esta chica trabaja para una señora como acompañante pagada, una señora insoportable, que siente envidia de ella porque conquista al conocido e importante Sr. de Winter.
La primera parte de la película es el enamoramiento entre Joan Fontaine y Laurence Olivier en el sur de Francia. Deciden casarse en secreto allí e ir a vivir a la mansión de Winter, llamada Manderley, situada junto al mar, en Inglaterra.
El recibimiento en su nuevo hogar es impresionante, todo el servicio reunido. Y, ¡como no! la siniestra ama de llaves presidiéndolo todo.
Poco a poco, la joven esposa se da cuenta de que todo en la casa está conservado como si la antigua señora no hubiera muerto y se siente allí como criada en vez de cómo dueña de la mansión. Nosotros sabemos porque ocurre eso, por la Señora Danvers, o sea, el ama de llaves, que se empeña en mantener vivo el recuerdo de Rebecca, a la que adoraba.
Estamos deseando en todo momento que la chica se rebele e imponga su autoridad sobre la sirvienta, pero no lo hace. Ella se siente de una clase inferior, perdida en un mundo que no es el suyo y su marido tampoco contribuye demasiado a ayudarla.
La R de Rebecca, la antigua mujer, gana la partida en todo momento con la colaboración de la Señora Danvers.
Pero, ¿qué pasó en realidad con Rebecca? Se ahogó, esa es la versión oficial.
Luego descubriremos que eso no es verdad, que “el ser más maravilloso de la tierra”, como la llamaban, era en realidad un ser cruel insensible al amor, que engañaba a su marido con un presunto primo y que padecía un cáncer que iba a acabar con ella en unos meses.
Para enterarnos de todo esto, serán precisas unas cuentas escenas dramáticas y casi de terror, e incluso una investigación policial.
Cuando todo se ha sabido por fin, los amantes vuelven a Manderley, pero la Señora Danvers lo incendia porque no puede soportar que su Rebecca haya perdido la batalla y los nuevos casados vayan a vivir felices en el lugar donde la antigua señora reinaba a sus anchas y la sirvienta le peinaba con sumo gusto el abundante cabello.
Pero hay más, Rebecca no se suicidó, como podría pensarse, por padecer un cáncer, sino que intentó que Maxim la asesinara diciéndole que esperaba un hijo de su primo. Ocurrió un accidente, Rebecca se golpeó con unos herrajes y el Sr. de Winter metió su cadáver en el barco para hacer creer que se había ahogado.
Todo esto Maxim se lo cuenta a su nueva mujer el día que aparece el barco hundido con el verdadero cuerpo de Rebecca y a partir de ahí el amor entre ellos crecerá todavía más y afrontaran juntos la investigación policial que saca a la luz toda la verdad.
En suma, una enrevesada historia que nos mantiene en vilo toda la película, pero también muy pendientes de su desarrollo.
Hitchcock da muestras ya de ser un maestro del suspense y su forma de contar las cosas es única y muy personal.
Yo estaba deseando en todo momento que Joan Fontaine le diese dos bofetadas a la maldita y misteriosa ama de la casa, pero, claro, si hubiese ocurrido eso, ésta no sería una incontestable obra maestra.

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