Amigo Lector:
Desde el día en que nacemos hasta aquel en que morimos, todos somos susceptibles de contraer enfermedades y sufrir diversas dolencias. Cuando somos niños, instintivamente acuidmos a nuestros padres y confiamos en que nos sacarán del mal trance; pero tarde o temprano descubrimos que todo su carño, sus desvelos y su experiencia contribuyen al proceso de curación hasta cierto punto nada más.
Con el paso del tiempo vamos haciéndonos cargo de la increíble capacidad que tiene nuestro organismo para combatir enfermedades y reponerse, y muchas veces depositamos en ese factor toda nuestra confianza. Sin embargo, todos nosotros en algún momento nos encontramos en una situación en que los recursos de nuestro propio organismo no basta para superar un transtorno de salud. ¿A quién acudimos entonces? ¿A los médicos? ¿A Dios? ¿Está Dios interesado en injerirse en los asuntos de salud de cada ser humano? Y en tal caso, ¿Qué podemos esperar de Él y que espera Él de nosotros?
La curación es una experiencia muy personal. Además de que cada individuo es diferente, también lo es cada dolencia y las circunstancias que la rodean. Es más, en la curación normalmente intervienen factores fisícos y espirituales. Muchas personas que desean curarse prestan atención a lo físico y dejan de lado lo espiritual. Unos pocos se centran tanto en lo espiritual que se olvidan de enmendar las causas físicas. ¿Cuál sería entonces un buen término medio?
Algunos de los principios espirituales relacionados con el tema son básicos y universales: debemos creer que es posible la intervención divina, determinar los motivos por los que Dios ha permitido que suframos una enfermedad, cumplir lo que Él nos pida que hagamos en cada situación, invocar Sus promesas y continuar confiando en ÉL aun cuando no responda enseguida o como nos imaginábamos. Así y todo, Dios también toma en consideración otros factores, tales como la madurez espiritual de la persona y el conocimiento que tenga de los caminos y modos de proceder de Dios.
Muchas personas no se dan cuenta de que para Dios la sanación del cuerpo no es siempre lo primordial ni el único objetivo. En muchos casos prima la necesidad de sanación espiritual. Por ello, Él a veces nos pone en una situación que le permita comunicarse mejor con nosotros desde el plano espiritual. Las dolencias físicas son uno de los medios más eficaces de volvernos más sensibles a Su voz, pues no obligan a detenernos y escuchar lo que Dios quiere decirnos.
Otro factor que entra en juego es que nuestro espíritu no es el único implicado. La Biblia dice que se libra continuamente un fiero combate en dimensión espiritual, esa esfera que nos rodea y que normalmente no percibimos con los sentidos. Se trata de una batalla del bien contra el mal, que pugnan por influir en nuestros pensamientos y en nuestro corazón, los cuales determinan nuestras acciones y nuestro destino.
Abre tu vida y tu corazón a Jesús para recibir Su sanación.
¡Consuela a mi Pueblo! Blog, Tu Amigo Daniel Espinoza
Versión Reina-Valera, revisión de 1960