Y además, en el valle me gusta ver caras de personas, no de alpinistas exhaustos por la altitud, sino de quienes trabajan los campos, cortan piedras, pastorean animales, acuden al mercado. Vuelvo de buena gana a la vida, la sangre se me acostumbra otra vez a la abundancia de oxígeno, deshace su densidad y el corazón palpita con latidos más lentos. Me escucho. Retoma sus funciones, el apetito, el sueño, todo lo demás.Cuando vuelvo al campamento base desde la cumbre soy capaz de dormir veinticuatro horas seguidas. Me encapullo en el saco de plumas y salgo de él cuando he quedado saciada. Me despierto y pregunto a qué día estamos. Ocurre a veces que es de noche. Entonces como algo y soy capaz de quedarme dormida de nuevo. Y después llega una mañana en la que me levanto, me tomo un desayuno abundante y ya está digerida la cumbre. En los pies hay ganas de estirarse al aire libre, miro las montañas y vuelvo a sentir el cosquilleo en los dedos. En ese momento disfruto la ascensión realizada y me entran ganas de abrazar a todo el mundo. "Ya era hora", protestan. Por fin se ha dado cuenta Nives de haber llegado a la cima. Cuando estemos en el avión se dará cuenta también de que hemos llegado al campamento base.Es así, la alegría llega para mí después del largo sueño del regreso, mientras ellos han hecho el equipaje, están ya con la cabeza en otra parte. En cambio, yo sigo estando en ese punto de equilibrio en el que no deseo nada, sólo que dure un poco más.Tengo la suerte de hacer lo que me llena y a la vez me vacía. Soy un recipiente, que debe verter hasta su última reserva de energía para poder llenarse de nuevo. Y cada plenitud es mayor, por aumento de la capacidad de contener.
__________________________________________________________________________________Tras la huella de NivesErri De Luca (Nápoles, 20 de mayo de 1950)Nives Meroi (Bonate Sotto, 17 de septiembre de 1961)
El escritor Erri De Luca, que empezó a dedicarse tardíamente al alpinismo, dialoga en este libro con Nives Meroi (Bérgamo, 1961), una de las tres mujeres que han ascendido siete de los catorce ochomiles. No se trata de batir un récord, ni de dominar la naturaleza, más bien lo que se pretende es «hacer compañía al viento». En sus diálogos nocturnos en las tiendas ambos hablan del cansancio, de la terrible fascinación del alpinismo, de la aventura, de la muerte, de alcanzar la cima, que nunca es el fin, sino tan sólo la mitad del viaje. Resultado: un libro-mochila repleto de todo lo que en verdad sirve para enfrentarse al peligro de una ascensión: memoria, ironía, humildad…, porque la filosofía necesaria en la montaña se parece mucho a la que se precisa en la vida.