Ya era una persona adulta cuando empezaron a caerme mal algunas personas y empezó a molestarme que alguien hiciera o dejara de hacer. Antes era tan egocéntrica, que realmente el resto del mundo me daba igual (mis conflictos adolescentes con la familia son cosa aparte).
El caso es que, cuando algunas actitudes de otros empezaron a molestarme, pasó que casi siempre comprendía sus porqués -o creía comprenderlos-; me daba cuenta de que su decir o hacer era, muchas veces, el único decir o hacer que les era posible. También pasó que lo que me molestara, solía ser parte de un mundo al que no pertenecía, donde el bicho raro era yo, por lo que pareció buena idea aislarme emocionalmente: tratar de pasar por ahí como encapsulada: ajena. Además, tenía una sincera propensión a hacer de abogada del diablo, incluso cuando la acción u omisión de alguien estuviera directamente en mi contra. Así que nunca reclamaba.
Me asombra y me gusta la gente que reclama; la gente que señala al otro en qué le está molestando y qué cosas no va a permitir, y que efectivamente, no las permite; los que pelean si creen que es lo necesario para defenderse. Últimamente he leído a mujeres interactuando así, en redes sociales, y creo que hace falta aprender a convivir con eso, con que el otro no tiene por qué "dejarse" ni tiene por qué responder siempre con delicadeza.
Silvia Parque