Recordando a Luana…

Publicado el 02 agosto 2019 por Marga @MdCala

Luana Duarte ha sido mi última compañera inventada. Bueno… la penúltima. Imaginé otra más, llamada Valentina, que ha quedado a medio dibujar, protestando entre teclas, y enterrada bajo una manta de hastío. Pero esto forma parte de lo feo, de lo amargo, y yo prefiero destacar el buen sabor de boca que me dejó mi personaje más querido, y -de tarde en tarde- traer hasta aquí sus palabras, sus pensamientos, y sus ¿increíbles? anécdotas. Recordarla para sonreír.

Hay quien piensa que amar a alguien es amar sus sueños y colaborar en su cumplimiento. Creo que, entre tanta cursilería, no es mala la frase como definición de amor…  Luana, mi Luana, tenía un objetivo primordial sobre todos sus demás deseos: encontrar a quien le hiciera probar lo que Lope afirmaba en su inigualable soneto. ¿Lo conseguiría? ¿Se acercaría, al menos? Quienes la leyeron lo saben.

Aquí os dejo un fragmento de la novela:

CAPÍTULO 6.- NOVIEMBRE AGRIDULCE

            «Así como el agente Mulder de Expediente X se apellidaba Duchovny fuera de la serie, y no sabemos si en realidad quería creer o le bastaba con cobrar por su trabajo, el simpático Andrés resultó al final uno más de esos que te anuncian llamada y te regalan silencio. Uno más de muchos. Estuve creyendo en su posibilidad un mes completo, y al finalizar lo que yo daba por razonable espera, borré su número de los contactos de mi teléfono móvil y su imagen de mis ojos tristes, que así comenzaron a estarlo un poco menos. Tampoco tuve la suerte o la desgracia de encontrarle de nuevo en la clínica dental, a la que yo había acudido días atrás para la revisión de mi «puente». Como una tonta, al salir rememoré por última vez su sonrisa coqueta y su saludo bajo el aguacero. Habían pasado poco más de treinta días, pero a mí me parecía toda una vida. Es extraño cómo se configura el tiempo en las relaciones.

   Y de nuevo me encontraba sola en mi apartamento, un sábado ya fresco de noviembre,  mientras Adela y Mariel salían con sus respectivas parejas. Sin embargo, a mí ya no me dolía tanto el desaire. Ya no huía el rostro al claro desengaño, ni bebía veneno por licor suave, como me recordaba siempre don Félix en sus ciertos versos, pero tampoco amaba ya el daño. Todo eso había pasado a formar parte de mi nefasto historial amoroso. Aun así seguía queriendo creer, y algún día encontraría a quien me convenciera de que un cielo en un infierno cabía, porque eso, señores, era Amor, y al probarlo -aseguraban- se sabía…» («Un soneto para Luana»).

¿Y vosotros? ¿Os atreveríais a definir el amor?

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