Recuerdo un sendero inclinado,
una ladera helada en la montaña,
quizás un instante que pudo ser decisivo.
Luego la paz,
el temblor,
el miedo contenido en un suspiro.
Recuerdo aquel susurro incontrolado
por mi cuerpo,
la dulzura del sol rozando mis cabellos,
la brisa, inmaculada y pura, llegando
hasta la carne
y la perfecta soledad del sitio y el lugar
brindando por mi vuelta.
Porque la vida es algo muy fugaz.
Es un segundo, tal vez, en la distancia
y en esa inmensidad que nos rodea.
Pero la vida es ese algo imprevisible
que llega y emborracha con su néctar,
aunque, también, es la galerna desatada
que azota y trae la lágrima furtiva,
y es el vagón de un tren
que se desliza a una estación
oscura entre la nada.
Recuerdos que aparecen en otoño
sin buscarlos:
"La infancia ya lejana.
La escuela gris y fría.
La iglesia que emanaba la ilusión,
como un incienso de esperanzas.
El sol que se filtraba en las ventanas
sin cortinas.
La madre que llamaba a la comida.
La cara de tristeza de mi padre.
La eterna soledad de aquel hogar
donde los libros abundaban, apilados
y dispersos.
El verso que escapaba del cuaderno.
La rima vacilante que llegaba a la cabeza..."
...Y tú, querido Amor, la forma imprevisible
que llenabas a mi alma de utopías,
avivando aquella hoguera con tus lazos invisibles.
Y así te descubrí, sin darme cuenta,
entre las pequeñas cosas de la vida:
"En el niño que jugaba en el recreo.
En el otro compañero que elevaba sus cometas
en la playa.
En la tierna mariposa que venía, hasta mi lado,
en primavera.
En la fuente cantarina que brincaba en el deshielo.
En los trinos de las aves que mostraban su jolgorio.
En el mar y las mareas que acudían a dormir
entre mis sueños..."
Recuerdos de un otoño que termina,
de un invierno que ya acecha,
de unos tiempos ya pasados,
de una vida que se marcha
y que se pasa en un suspiro.
¡...Recuerdos...!
Rafael Sánchez Ortega ©
16/12/15