Revista Literatura

Recuerdos

Publicado el 22 junio 2010 por Ninocactus
Sin ningún recuerdo, sentado en el asiento trasero de un anónimo taxi, el anciano se dirige a la estación de trenes. Asustado, tiene la esperanza de que allí, entre el bullicio de gente, será capaz de encontrar un rostro conocido.
Un rostro en el que reconocer su propia vida. Un rostro en el que reconocerse a sí mismo.
Antes de arrancar, Jesús mira durante unos segundos el rostro del anciano al que acaba de encontrar, por accidente, en la calle. Cuando nota que éste comienza a impacientarse arranca el motor.
Toma una dirección contraria a la de la estación de autobuses.
Durante toda la carrera el anciano no deja de mirar, sin reconocerla, la ciudad en la que ha vivido los últimos cuarenta años. El taxista, por su parte, ya no vuelve a mirar al pasajero en todo el viaje.
Conduce con los ojos fijos en el frente. No quiere que las lágrimas empañen su mirada mientras devuelve a su padre a la residencia de ancianos.
Ning1

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