Imaginar la vida como la metáfora de una mariposa. Horas que como larvas se alimentan de esas hojas en las moreras del recuerdo.
Y recuerdos como esas hojas que nos alimentan, mientras otros nos envuelven en
una nebulosa. Y así los días,- con sus horas, sus minúsculas motas de polvo
cubriéndonos con alguna oruga- arruga, con sus días de lluvia de creación y sus
noches de diluviales destrucciones y alimento para las pesadillas y los
sueños-, nos envuelven en la penumbra de un constante latido de existencia.
Al destapar el álbum y hojearlo, nos detenemos en aquella imagen, convirtiéndola en crisálida. Cristalizamos el momento mientras nos decimos cuánto ha valido la pena llegar hasta aquí, cómo nos han perfumado los instantes que hoy nos dicen cómo éramos y ya no seguimos siendo. Porque la vida es un acto de resistencia, vivimos, morimos por dentro, sobrevivimos, renacemos, volvemos a vivir, y nos revivimos hasta abrazar la muerte. Como el árbol que plantamos en Tule, o las páginas recién terminadas y que hojeamos con las manos trémulas y la sonrisa de lo que por fin terminamos. La meta es ese sueño llamado vida y lo alcanzamos cuando una vez despojada la melancolía, la memoria nos hace viajar como un ave migratoria que se desplaza en un vuelo libre de nostalgias.
Entonces alimentados por el recorrido rasgamos la seda y emprendemos vuelo hacia ese nuevo rumbo que algunos llaman besar el instante; haciendo eclosionar primaveras en inviernos, o la poesía en la arquitectura de las venas de unas manos, o en la lucha por utopías e ideales, o en los arrebatos de ingenio y de locura, o en el andén de lo inacabado, o en el muelle a la espera de un velero sin remos, o en ese vuelo que no necesitará de ningún ala, porque ya hemos aprendido que con o sin ellas, sabremos que por fin, podremos volar, y volaremos...
;)
