Lentamente fue subiendo la cuesta de San Juan saboreando rincones. De repente, sus ojos se fijaron en el campanario de la Iglesia de San Juan, y por unos instantes volvió a su niñez con la imaginación. Su corazón latía con fuerza, y con premura, recorrió los últimos metros que le quedaban para llegar.
Era un atardecer de un día de verano y el cielo se había vestido de rojo para recibirla. Cerca se podían ver a veraneantes en una animada charla, que como ella volvían a sus raíces aprovechando el periodo estival .
Saludó gentilmente, y recorrió una a una las piedras de aquellos viejos edificios, embobada, como queriendo rescatar los años y vivencias que le ataban a aquel lugar.
Se paró al lado del Colegio del Amor de Dios- el viejo colegio de antaño- rió de buena gana recordando el uniforme con corbata, y el peinado que su madre le hacía sujetando su espeso pelo con unos prendedores de margaritas. Lo recordaba muy bien por una fotografía que rescató de la cartilla de escolaridad, pero que una amiga le robó para hacerla rabiar y se la perdió, privándola así de un tesoro. Entonces no se hacían tantas fotografías como ahora, y apenas tiene fotos de su infancia.
Fue poniendo cara a sus compañeras, una, hija de un labrador que se llamaba Isabelita y que le solía cantar una copla sintiéndose orgullosa de su amor por la tierra. Decía así: "Isabelita me llamo, soy hija de un labrador, que aunque voy y vengo al campo, no tengo miedo del sol"
¿que habrá sido de ella? -pensó.
También a la hija del fotógrafo, gran amiga con la que compartió lecturas en la Biblioteca Municipal.
Otra chica de pelo rizoso, con la que hacía los deberes en su casa y que le unía una gran amistad.
Intentó poner cara a las monjas, pero apenas las recordaba. Solo pudo acordarse de sor Dolores ¡Habían pasado tantos años!
Una sonrisa divertida acudió a sus labios recordando cuando les hacían fotos en grupo en la parte de detrás del colegio,en el Otero. Se organizaba un jaleo tremendo y la risas divertidas llenaban aquel lugar de magia por unas horas.
Por unos instantes se metió dentro de los muros del viejo colegio y pudo ver los pasillos llenos de niñas con baby blanco desfilar por ellos.
Un poquito más allá, estaba la iglesia de San Juan. En ella hizo su primera comunión. No le hizo falta agudizar mucho la memoria para recordar aquel día porque se la había quedado grabado para siempre. Quizá no por el hecho especial de recibir a Cristo por primera vez, sino porque su madre le compró el vestido más bonito que encontró en la capital y fue de las mejores vestidas para la ocasión.
Y si, se emociona una vez más recordando aquel día subiendo por las escaleras cercanas al Colegio el Otero en la actualidad, las Escuelas Nacionales, entonces.
Vestida como una pequeña novia, con sus queridos padres y hermanos, sintiéndose el centro de las miradas, arropada por el cariño de todos.
De la ceremonia tampoco recuerda mucho, pero si recuerda como si fuera ahora las visitas a casa de familiares y amigos. Tenía el vestido como complemento, una pequeña bolsíta que se llamaba "limosnera" allí fue guardando las propinas que le fueron dando y que eran su pequeño tesoro.
Es curioso, apenas recordamos a veces sucesos de nuestra infancia, solo algunos de ellos se graban para siempre. Quizá los que más nos impresionaron.
Absorta en su pensamientos, apenas se da cuenta que está apoyada en la reja que protege el recinto. Abajo, una inmensa casa la mira desafiante. Y vuelve a su infancia y se ve pequeña, curiosa, soñadora... asomando por un pequeño muro protector, contemplando aquella bonita casa e imaginando mil aventuras dentro de ella.
Anochece cuando emprende el camino de vuelta. Saluda con afecto a una anciana que sentada a la puerta le sonríe.
Sus pasos se pierden de nuevo por la cuesta de San Juan. Se aleja de nuevo despacio, con sus recuerdos...