Oyendo a Counting Crows, esa rara banda californiana, se me viene a la mente aquellos años de secundaria en pleno boom de la música alternativa. Era yo de los pocos que detestaba a Nirvana, no lo recuerdo claramente por qué, quizá era la voz chillona de Cobain despotricando a golpes de guitarra, sus jeremiadas existencialistas contra el sistema. Podía afortunadamente, fijar la vista por obra y desgracia de MTV, en otras bandas más reposadas.Esos buenos años noventas, desembarcaba en ‘América’, Radiohead para dar la lata al grunge y para desgraciadamente hacer sombra a muchas bandas norteamericanas que no querían ser meras cajas de resonancia de la ola nacida en Seattle. Ahí tenemos luchando por hacerse oír, a Collective Soul, Blues Traveler, Counting Crows,etc. Esta última vio crecer su popularidad como la espuma con “Mister Jones”, ese hit presente hasta en la sopa, que hizo de camisa de fuerza para impedir que la banda transcendiera más allá de sus tarareos impregnados injustamente de ‘one hit wonder’.Destripando la letra de esta infecta canción, uno llega a la conclusión de que son aparentemente grandes versos solitarios que en conjunto no dicen mucho, aunque premonitoriamente resaltan la ambición de los músicos por llegar a ser estrellas. Ahí entre alusiones a una bailarina de flamenco, guiños a Picasso y Bob Dylan, sueltan cumplidos surrealistas a la belleza, intercambiando miradas con el destino. La melodía, por demás pegajosa y sosegada. La voz de Adam Duritz es de por sí nostálgica como el ambiente del pub ‘New Amsterdam’.Ya se sabe, su álbum debut; ‘August And Everything After’ fue tremendamente auspicioso pero paulatinamente se convirtió en lastre para posteriores trabajos, la maldición del éxito que lo contamina todo de ‘comparado con’, condicionan sobremanera el barómetro con que se mira, porque lo dicho, Duritz y compañía fueron más que ‘Mr.Jones’ y su estela sombría, ahí todavía suenan en mi inconsciente estupendas melodías como; ‘A long december’, ‘Mrs. Potter's Lullaby’, ‘Colorblind’, ‘Round Here’ o ‘Anna begins’, textos con lírica un tanto oscura e intrincada pero maduros y sosegados, todo bien conjuncionado al ritmo del piano, la complicidad del acordeón y la carismática voz de su líder. Mi canción favorita es de lejos, ‘Omaha’, ese algún lugar en la Norteamérica profunda, ese interminable recorrido por viejas carreteras, deliciosamente acompañado por el lamento evocativo y desgarrador del acordeón tristón. Sensaciones más profundas e indescriptibles de soledad, haberlas no creo.California no sólo produce gurús de la informática, también en sus garajes retumban-por suerte para tomar el relevo- otros sonidos frescos como Rocco de Luca and The Burden, ¿a que sí?