Revista Diario

Recuerdos del pasado.

Publicado el 29 julio 2011 por Eternalolita
Tengo miedo, tanto miedo que tiemblo y un sudor frío recorre mi rostro. Soy incapaz de ver nada, la oscuridad es absoluta. No se donde estoy. No se como he llegado hasta aquí. Ni siquiera se si es real. Acurrucada en el suelo no se si seré capaz de moverme. Por fin, mi mano se desliza poco a poco hacía la izquierda y alcanzo a tocar una pared fría, congelada. Apoyándome en ella, consigo levantarme y por unos instantes, se oye algo más que el latido de mi corazón retumbándome en las sienes. Busco a tientas cualquier resquicio al que poder aferrarme pero mis manos solo perciben frío, un frío plano que solo me trasmite más terror. Cierro los ojos y me los froto con fuerza con la vana esperanza de despertarme de esta pesasilla que ya se me esta haciendo demasiada larga. Pero no funciona. ¿Qué coño está pasando? Aporreo la pared con desesperación, pero lo único que consigo es destrozarme los nudillos. Mis gritos de auxilio ya casi son inaudibles debido a mi ronquera.No puedo rendirme, no quiero rendirme,pero mi cuerpo ya no puede sostenerme y caigo al suelo de un golpe seco. Mis huesos crujen, pero ya no me importa. Las lagrimas resbalan por mis mejillas mientras voy perdiendo las pocas fuerzas que me quedan. Ya ni mis parpados se mantienen abiertos, creo que estoy perdiendo la consciencia… Ayudadme…”
  Hace unos días, poniendo en orden mi pequeño portátil, encontré este texto. Ya han pasado unos años desde que lo escribí. Por entonces aún era una adolescente que estudiaba bachiller y a la que le gustaba participar en la revista del instituto. No solo porque desde siempre le hubiera gustado escribir, que así era, sino porque con ello también esperaba recibir algún que otro elogio de la persona que para ella era la más importante del mundo. Ahora que lo pienso, lo más que recibí fueron varios “No esta mal” de su parte. Obviamente yo esperaba algo más. La verdad es que esperaba mucho más. Un “Eres maravillosa, te espera un futuro brillante” hubiera estado bien. O tal vez un “Quiero casarme contigo…” Bueno alomejor eso era esperar demasiado. Pero lo esperaba. ¡Vaya que sí! Me imaginaba en el día de mi dieciocho cumpleaños, vestida de blanco, acudiendo al altar, desde donde él me miraba, con los ojos brillantes de la emoción, con todos nuestros amigos, y nuestros enemigos, emocionados y jodidos respectivamente, sentados en los bancos de la pequeña iglesia de mi pueblo.
 

 En fin… Como suponéis, nada de eso pasó. Ahora, desde la lejanía que proporciona el paso del tiempo, me asombro de haber seguido teniendo esos anhelos tan románticos hasta el final de la relación. Me acuerdo de la tarde en que decidí que no podía soportarlo más. Fui a su casa como siempre solía hacer, nos sentamos en el viejo sofá y hablamos de cosas triviales, como si no fuera a ser la ultima vez que pisara esa casa, que compartiera con él ese sofá… Pero yo lo sabía, y sus gestos me decían que él también. Cuando decidí que había llegado la hora, me acompañó a la puerta. Nos quedamos uno en frente del otro, mirándonos en silencio, asumiendo que por fin había llegado el momento tan temido, el que tantas veces había imaginado. Finalmente, le dí un fugaz beso en la mejilla, el beso más triste que he dado en mi vida, y salí a la calle.
 
 Recuerdo que lloré, lloré mucho. A pesar de todo el daño que me había hecho, me sentía incapaz de empezar a crear un nuevo futuro en mi cabeza, un futuro sin él. Él lo había sido todo para mi desde que tenía catorce años. Mi profesor, mi padre, mi amigo, mi amante… Me da pena haberme sentido así. Haberme sentido tan sola, tan vulnerable, tan incapaz de afrontarlo. Hacía meses que él me engañaba con Catherine, que me mentía día tras día, que no tenía ni el valor de decirme que ya no me quería en su vida. Se suponía que él era el adulto, el que debía tomar las decisiones responsables.
 No se si le he perdonado, si me he perdonado a mi misma. Supongo que sí. Gracias a él, a esta historia, nuestra historia, conseguí toda la fuerza que necesitaba para ser yo misma, para convertirme en la persona que siempre he querido ser. Quizás, en lugar de perdonarle, debería estarle agradecida.

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