Ayer fuimos a ver una dermatóloga por un detalle en la piel de B, que gracias a Dios resultó ser simplemente una característica suya. El consultorio está en el centro de la ciudad, por lo que por primera vez desde que llegamos al Rancho-Grande, nos alejamos de la casa.
Sentí "algo" cuando entramos al centro: un poco de pena y miedo de sentir dolor. Yo estudiaba por ahí y durante buen tiempo, el papá de B vivió por ahí, así que eran nuestros rumbos. No deja de sorprenderme cómo me fue tan totalmente desconocida la posibilidad de que un día, yo viera esas calles -yo existiera- sin que él me amara, sin sentirme suya.
Tomé un taxi al salir de la consulta. Volvimos a la casa por un camino diferente al que habíamos hecho para llegar al consultorio. Por ahí, no reconocí nada hasta que llegamos al periférico; conocía ese aire, ese cielo e incluso el material de las construcciones, pero nada más.
Silvia Parque