Poco tiempo este año para acordarse del socorrido aniversario de Lady Di, tan ocupados que estábamos en mirarle la cara al Ecce Homo borjiano y la cara (y lo que no es la cara) a Olvido Hormigos en su vídeo-performance. Después, Merkel por Madriz como si nada. Menuda Mierda.
Y sin pretenderlo, vuelvo a ese estado penoso de antimateria. No hay vida cotidiana a la que regresar porque, justo ahora, ha expirado mi contrato. Otra vez flotar en un vacío absurdo, tan yermo que no sé si es agradable o desagradable la sensación. Ni siquiera tengo derecho a los cuatrocientospocos euros, porque no he conseguido rascar el tiempo mínimo una vez que la cuenta se reseteó a cero. Cuestiones burocráticas de los contratos por cuenta propia, una carga que, parece, voy a arrastrar de por vida.
Las soluciones de antaño están podridas por ridículas. Cualquier rollo positivista es inútil, por favor no me repita la frase otra vez que le parto la cara, todo eso de la crisis es una oportunidad de nuevos caminos o los ideogramas del chino para la palabra crisis, etc. Es tan, tan, pero tan caduco a estas alturas como el barco de Chanquete. Lo único que he aprendido en todos estos meses es a tirar cañas pero bien tiradas de verdad y a poner pinchos de tortilla para morirse del gusto. Poco más.
Es una consencuencia lógica que la gente sufra de extrañas ventoleras radicalistas en esta posición, o que decida ir a pegar patadas a los leones del Congreso o que vayan a tirarle tapers al fulano de turno que tenga en su agenda diaria pasearse sonriente entre los ciudadanos, como si nada ocurriera. O la búsqueda de un culpable, como explica César Molinas, aunque sea una preview de un libro suyo que espera vender en 2013 y nadie se haya parado a comentar este detalle. Marketing literario del nuevo milenio.
Con todo, Molinas no dice nada nuevo ni espectacular, de hecho trae esos recuerdos de la clase política hiperlocal, provincial, un poco de autonómica y dos pasadas nacionales que atendían mis preguntas.
Eran otros tiempos. Otra vida. Una falsa sensación de poder, o más que poder, de trabajo bien hecho. Cegada por el interés de observar lo que sucede en el mundo y después contarlo (a ser posible, por escrito) un día comprobé que facilitaban el trabajo porque eres tú, con independencia de dónde lo escribiera después. Tanto en el lanzamiento de flores como en el destape de escándalos, las declaraciones personales/oficiales llegaban a mi cuaderno las primeras. PP, PSOE, IU y otros hablaban con igual confianza, sin necesidad de dar explicaciones sobre dónde iba mi voto o no voto.
El resultado de la imparcialidad, supongo, es tener ahora un sueldo de cero euros al mes.
Ahora me pregunto no cuándo empieza la madurez, sino directamente cuándo empieza la vida, y no este mal chiste. Los días se tiñen de irrealidad y de absurdo, de absurdidad, con tanta gente opinando y esperando la siguiente pifia del siguiente personajillo, para ventilarse unas risas cibernéticas. Y de mientras...
Quizás la confusión está en aquello de observar lo que sucede en el mundo y después contarlo por escrito, atribuyéndole la etiqueta (que somos muy de etiquetar en este país) al Periodismo. Donde realmente debía poner Literatura. Pero nunca me vi (ni me veo) estudiando Filología Hispánica o algo así. Qué aburrimiento, señor, no.
En esas estaba cuando ayer apareció un momento Sie lebt we im traum (she goes round in a dream) que todavía profundiza más el estado de absurdo. Soñaba algo de poca importancia cuando apareció un nombre recitado con insistencia. Hice esfuerzos por despertarme (quién sabe luego) y, con las babas colgando, traté de apuntar el nombre en un folio antes de caer desmadejada otra vez en la inconsciencia.
Al despertar no recordaba si había conseguido apuntarlo o sólo había soñado que lo apuntaba. Pero sí. Y santo-Google dice que el tipo (de nombre y apellidos castellanizados) existe, un tal BTP, irlandés, con un blog reciente (julio) de un par de entradas, contando su experiencia en autopublicación. Algo técnico (parece informático) y subido a una plataforma estilo Bubok.
En fin.
No entiendo nada.