Mañana hay 35 millones de personas en España que tienen la posibilidad de elegir a un partido político que les represente en las Cortes. Es la única participación activa que tendremos esas personas para los próximos cuatro años, tanto si las cosas van bien, como si van mal, como es el caso de los últimos años y de los años que nos esperan por delante.
Desde primera hora de la mañana asistiremos a lo que los medios llaman "fiesta de la democracia". Escucharemos las típicas frases de guión prediseñado para estos eventos como "la jornada ha transcurrido con total normalidad y sin incidentes", "la anécdota la ha dado esta mañana un anciano de la localidad que ha querido votar a Felipe González" o el famoso "a las 12 de la mañana ya se han cerrado las urnas en el pueblo X al haber votado todos los vecinos". Meros cotilleos cursis propios del "HOLA" que tendrán que tragar quienes tengan las agallas de soportar el sufrimiento de ver la televisión durante el día de mañana.
Pero eso es mañana. Hoy toca "día de reflexión". Ese día en el que toda la maquinaria propagandística de las últimas semanas se para con la intención de dejar al ciudadano que piense bien su voto sin influencia de ningún tipo. Una verdadera estupidez que más bien parece un recordatorio a la ciudadanía de que nos tomemos nuestro voto no como un derecho, sino como un lujo por el que debemos estar agradecidos.
Mi voto lo tengo muy claro. Lo tengo claro desde hace años, muchos años. Lo único para lo que me ha servido el día de hoy es para leer lo que van a comer los candidatos, dónde y con quién. Pero sí que he reflexionado sobre un tema interesante. Se trata de la democracia, un sistema por el cual el poder debe serle dado al pueblo. Pero, ¿acaso estamos en una democracia? El pueblo es soberano en la teoría, como recoge la Constitución en su Título Preliminar. Pero ¿es realmente el pueblo soberano en la práctica? ¿Decide el pueblo el destino del país? ¿Ejerce su soberanía sobre las cuestiones capitales de este sistema? La respuesta es clara y rotunda: no.
No es lo mismo el voto que el sufragio
Lo primero que se me viene a la cabeza es el derecho de sufragio. No nos confundamos. Estrictamente hablando no votamos decisiones. Lo que hacemos cada cuatro años es ejercer nuestro derecho de sufragio, que consiste en elegir a cargos públicos que nos representen. No votamos. No decidimos. Simplemente, elegimos. Pero elegimos a cargos que presentan un programa que no están obligados a poner en práctica una vez han salido elegidos. Los candidatos no están vinculados jurídicamente como si de un contrato se tratara. Los programas no dejan de ser campañas de marketing, meros panfletos. Los usan para engatusar, para vender. Una vez los compras, ellos se quedan con el poder. Y una vez lo tienen, pueden hacer con él lo que quieran, sin importar lo que te hayan vendido previamente. Es una verdadera estafa. Y qué decir de la política de voto parlamentaria. Cientos de diputados de los dos grandes partidos, que representan a más de 9 millones de personas cada uno, todos ellos teniendo que seguir de forma estricta la decisión del partido. ¿No hay diferencia alguna entre los 9 millones de votantes del PP? ¿Y del PSOE? En teoría, cada persona elige a un representante. Pero no, ya no se eligen ni representantes. Se eligen figuras de porcelana, que cobran miles de euros al mes, a parte de su sueldo privado, que votan lo que les dicen los de arriba.
Un ciudadano, varios votos
Pero esto no se queda ahí. Con el sistema electoral en España, no existe eso de "un ciudadano, un voto". La elección de un ciudadano de la provincia de Guadalajara, por ejemplo, vale lo mismo que la elección de cinco ciudadanos de Barcelona. En términos prácticos, si un ciudadano de Guadalajara vota al PSOE, cinco ciudadanos de la provincia de Barcelona deberían votar a IU, por ejemplo, para que el resultado final estuviera igualado. ¿Es eso democracia? No, no lo es. El poder de gobernar debe residir en el pueblo, pero por igual.
El pueblo ha ejercido su soberanía cuatro veces en 35 años
Ha quedado claro que no votamos, sino que elegimos. Realmente sí hemos votado alguna vez. En 35 años, los ciudadanos de España han podido votar de forma directa sobre la friolera de ¡4 cuestiones! El primer referéndum se hizo en diciembre de 1976, en relación a la Ley para la Reforma Política. Dos años más tarde se celebró el referéndum para ratificar la Constitución. Varios años después, en 1986, se pidió la opinión del pueblo, esta vez con relación a la permanencia de España en la OTAN en el que ha sido el más polémico de los pocos referendos del país. El último, hace solo seis años. El fracaso de participación marcó el referéndum sobre la fracasada Constitución Europea. Cuatro veces se ha pedido la opinión al soberano. Yo sólo he estado vivo en dos de ellas y eso que en el de 1986 sólo tenía mes y medio. Siguiendo con el tema de los referéndums, me parece importante destacar otro escándalo reciente para la democracia occidental. Hace poco más de un mes, el entonces presidente de Grecia, Papandreu, convocó un referéndum para que el pueblo griego decidiera sobre los planes de ajuste (término neolinguístico para hacer referencia a recortes de derechos y libertades para el pueblo) acordados con la Unión Europea. La respuesta de Europa y sus presidentes fue clara y las amenazas al gobierno griego no dejaron de sucederse. El resultado lo hemos visto. Papandreu ha desaparecido del mapa. Muchos todólogos televisivos se escandalizaban y veían una aberración que algo tan importante como un rescate fuera sometido a votación por el pueblo. "El pueblo no entiende lo importante que es para ellos aprobar esta decisión", se podía leer. Otros, como Diego López Garrido, Secretario de Estado para la Unión Europea, se atrevió a dar lecciones de Derecho griego y de cinismo cum laude comentando que los referendos sólo se hacen para las reformas constitucionales. Un mes antes, su partido, el PSOE, había llevado a cabo una reforma exprés de la Constitución sin someterla a referéndum, a pesar del clamor popular.
La democracia pasiva o la imposibilidad de presentarte como candidato
Otro aspecto interesante sobre esta "democracia" que tenemos es que no todo el mundo tiene la misma facilidad para presentarse como representante de la ciudadanía. Ya que no podemos votar directamente, al menos que nos permitan elegir a quienes queremos que nos representen en las Cortes. Nada, ni eso. Obstáculos como los avales, una Administración inflexible como el caso de las Juntas electorales y la capacidad de los partidos para formar maquinarias históricas de propaganda en los medios financiadas por los bancos es imposible de superar por el ciudadano medio con aspiraciones de político. O entras en el sistema de partidos o no tienes oportunidad alguna para desarrollar ese proyecto. Los grandes partidos son empresas gigantes que controlan los medios mecidas por las manos de la banca para poder poner en práctica todo tipo de medidas que le pueda beneficiar. Eso sí, de vez en cuando, se debe dar al ciudadano algún derecho o alguna libertad para que no se cuestione nada, para que no critique el sistema. Para que no sospeche. Mientras tenga la televisión, mientras vea a dos candidatos enfrentados uno con el otro, como si fueran opuestos, estará más o menos seguro. Creerá que habrá alguien, alguno de esos dos, que intentará favorecer sus intereses.
Todo para el pueblo, pero sin el pueblo
También hay que resaltar la labor "democrática" de los gobiernos que llevan a cabo medidas impopulares sin que les tiemble el pulso. En estos momentos estamos asistiendo a un rediseño de occidente en el que el verdadero arquitecto está siendo la banca, inflándose con dinero público, engrosando sus arcas, mientras los políticos como intermediarios de la misma nos imponen medidas de ajuste (otro término neolinguístico) que lo único que hacen es perjudicar al pueblo. Llevamos años escuchando el famoso "hay que apretarse el cinturón" por quienes tienen yates, jets privados o una flota de coches digna de exposición. El caso es que el pueblo ya no tiene dinero ni para comprarse esos cinturones que tienen que estar apretados. Pero eso sí, debemos trabajar más horas y por menos sueldo. También recuerdo otra famosa medida impopular que ha dejado tras de sí a millones de desplazados y cientos de miles de víctimas civiles. Me refiero a la invasión de Iraq, a la de Afganistán. La de Libia no fue impopular. La maquinaria propagandística hizo bien su labor.
El debate televisivo como propaganda gratuita en horario de máxima audiencia
Voy a acabar esta larga reflexión hablando brevemente del debate televisivo entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy. Es un escándalo para la democracia que los principales partidos, beneficiados por el régimen electoral, no accedan a que se sienten a la mesa otras opciones políticas. Y es un escándalo que la ley permita esa mafiosa artimaña. Por si no era suficiente, en el siguiente debate, en el que sí podían ir otras formaciones políticas (pero no todas), volvían a estar las caras de representates del PP y del PSOE. Y por si fuera poco, el primer debate costó 540.000 euros. RTVE, cadena pública, pero no de todos, sufragó 300.000 euros de ese coste. Otro escándalo más para la lista: los principales partidos políticos, los que más financiación reciben de los bancos y del propio sistema por sus votos en las elecciones anteriores, reciben 300.000 euros de una cadena pública para exponer gratuitamente a sus candidatos en horario de máxima audiencia en varias cadenas durante más de 100 minutos.
Yo mañana votaré. Pero lo haré teniendo en mente que "si votar sirviera de algo, no nos dejarían votar".