Nunca me gustaron los hombres que miran con lujuria mal contenida; sin embargo, me pueden los que posan su mirada en mis ojos con encendido afán, pues son capaces de entreabrir el portón del deseo.
A éstos me place sostenerles el persistente acecho, hasta que
sin rubor se va desabrochando la abotonadura que los protege.
Parpadeo inquieta y apenas soy capaz de soportar el aturdimiento de las caderas cuando unas manos varoniles las abarcan con decisión.
Me asusta más la respuesta que la pregunta, sabiendo lo que buscan, cuando me tiene el hombre a su merced, porque antes de herirme el cuerpo me ha desbaratado el alma.
Espero que lo entiendan, no es tan difícil.
Texto: Terrón de tierra