Mientras escribo estas líneas, repaso mis redes sociales y observo por todas partes demostraciones de un amor que parece eterno, sin una sola mancha negra en su pasado, de una felicidad más propia de cuentos de hadas o de películas de Julia Roberts.
Vivimos en una época en que mi amor por una persona no vale si no lo proclamo por todo internet, si no digo que la quiero, que es el amor de mi vida, que todo sería un infierno si ella no estuviera a mi lado.
Vivimos en una época en que necesito tener mil fotos con ella y que todos mis amigos las vean. Una besándola, porque todo el mundo debe saber que nuestros besos son los más sinceros. Otra abrazándonos, para que nadie pueda decir que no somos cariñosos. I otra recordando todos los años que llevamos juntos, no vaya a ser que alguien piense que nuestro amor es flor de un día.
Vivimos en una época que me obliga a hacerle un regalo a mi pareja en un día como este. No importa que el resto del año apenas nos comuniquemos, si hoy le regalo algo y, además, lo hago saber a todo facebook, nuestro amor no morirá en cien años.
Pues a mi me gusta más el amor silencioso, de las miradas que hablan, de picarnos constantemente, de reírnos de nosotros mismos y hacer locuras sin pensarlas. Ese amor que no hace falta gritar a los cuatro vientos. Porque es necesario demostrar y no aparentar, quererse todos los días y no sólo una vez al año.
¿Qué pasa? ¿No hay amor si no le digo que la quiero? ¿No hay amor si no la rodeo de obsequios y poemas? ¿No hay amor en un abrazo, en una simple mirada, en un sencillo beso?
Pienso que deberíamos vivir más el día a día y fijarnos en las pequeñas cosas. Es allí donde verdaderamente reside el amor y no en un mensaje en una red social, un mensaje que puede estar carente de sentido, de sensibilidad, de pasión, lleno de palabras, vacío de contenido.
En fin, voy a dar otra vuelta por mis redes sociales y a sentirme fatal porque hoy todavía no le he dicho a nadie que la quiero.