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Reflexiones inconexas sobre el Palau de les Arts

Publicado el 28 enero 2010 por Titus
Reflexiones inconexas sobre el Palau de les Arts
Por lo visto, la Lucia di Lammermoor que se ofrece actualmente en el Palau de les Arts no ha llenado ni tiene previsto llenar el teatro en ninguna de sus funciones, a juzgar por las localidades que quedan disponibles. En el Palau de les Arts, a diferencia de lo que pasa en el Liceu o el Real, no hay varios repartos, sólo uno (con posibles cambios puntuales de cantantes de un día a otro) y suele haber entre seis y ocho funciones por título. Quiero decir con esto que, ante la evidencia de que Valencia tiene menos habitantes y por tanto menos público potencial que Madrid o Barcelona, también está la de que este público por fuerza se debe concentrar en las, comparativamente, pocas funciones que se ofrecen. Pero es que ni aun así se llena el teatro. ¿Por qué?
Podemos hablar de diversos factores. Uno es que el título o el reparto no llaman demasiado la atención. Podría ser, Lucia di Lamermoor no tiene el tirón de Butterfly o Traviata, que sí llenan el teatro, pero lo cierto es que se trata de un título de los tradicionales que si son servidos con un reparto adecuado (y a priori el de Les Arts es más que correcto) y con una buena puesta en escena, debería garantizar la asistencia. Tantas quejas como se escucharon hasta hace nada acerca de la falta de belcantismo en la programación de Les Arts y cuando por fin llega, el público no responde. ¿Seguimos dando credibilidad a los eternos enemigos de cualquier programación que salga de sota, caballo y rey? El caso es que me cuesta creer que cualquier otro teatro de España no se llenaría con este título.
Podemos también hablar de la falta de turistas operísticos que llenen los huecos que deja el público local. Pero ¿cómo pretendemos que vengan turistas cuando no existen las mínimas infraestructuras para recibirlos? Pero es que no hay ni un triste bar donde se puedan comer un pincho de tortilla cuando acaba la función, no digamos ya un buen restaurante donde el turista adinerado pueda dejarse el sueldo. Por no haber, no hay ni un servicio decente de transporte público que conecte la zona con el centro de la ciudad. Si pese a todo, el turisa operístico quiere venir, nos encontramos con otro problema: la temporada de Les Arts se hace pública muy tarde, mucho más tarde que la del resto de teatros con los que compite para atraer al público viajero, con lo que es posible que cuando el turista se entere de la programación ya tenga sus viajes planeados y no esté dispuesto a cambiar sus planes.
Y pasamos de puntillas sobre el hecho de que en Les Arts nos han acostumbrado durante años a que cualquier parecido entre el reparto anunciado y el que acaba cantando sea pura coincidencia, algo que muchos turistas puede haber sufrido y quizá les haya quitado las ganas de repetir. Lo cierto es que, en lo que llevamos de la presente temporada, esto no ha pasado, así que no le demos mayor importancia.
Otro factor, quizá el más decisivo, es que en Valencia no hay una tradición operística (me refiero a la época más reciente), por lo que no existe aún el público consolidado con el que cuentan teatros con una andadura más larga. Cierto es, pero entonces: ¿Por qué se ha construído un teatro monumental, se ha contratado a una gran orquesta y a no uno, sino dos de los directores más caros del mundo? ¿Buscando atraer al turismo? Ya vemos que no lo han conseguido, pero creo que esa es la clave. Un error de bulto, parecido al de la Fórmula 1 o la visita del Papa, eventos cuyo coste es superior a los beneficios que aportan para la ciudad a nivel turístico. Eso sí, nuestros amados líderes pueden lucir sus mejores galas y salir sonrientes en la foto.
Ah, y me dejaba la falta de publicidad, aunque después de la campaña con cantantes en el mercado que tanto éxito ha tenido, al menos en cuanto a comentarios recibidos en youtube, y el folleto en el que se informaba al público de que para ir a la ópera no hacía falta llevar smoking ni pajarita y que la ópera no era sólo para ricos, quizá sería más conveniente hablar de lo poco acertado de la publicidad o de su nula efectividad.
De momento la cosa va adelante, pero antes o después, sobre todo en época de crisis, alguien acaba haciendo cuentas y pensando que no compensa, que el gasto es muy grande y no vale la pena porque el público soberano ya ha demostrado que no está por la labor de ir a la ópera, así que se cierra la paraeta. Claro, cerrarla suena a fracaso, así que se matiene abierta, pero cambiando la excepcional orquesta por otra de medio pelo que cueste la cuarta parte, cambiando a Maazel y Mehta por algún batutero que cobre la milésima parte y trayendo cantantes de saldo. Y luego se venden los cambios como un éxito económico de nuestros gestores, que han reducido los gastos considerablemente. Entonces ¿qué nos quedará? ¿Convertirnos en unos abuelos cebolleta prematuros, recordando cuando teníamos una gran orquesta y no uno, sino dos grandes directores? A mí la perspectiva de convertirme en abuelo cebolleta en breve no me parece nada atractiva.
Antes de que tal cosa suceda, recapacitemos: ¿Alguien cree que este modelo de gestión es sostenible? Yo, al menos, tengo claro que no. ¿Cuál es el problema? Principalmente, que buscando dotar a Valencia de una referencia cultural-turística de primer nivel, se empezó la casa por el tejado y ha quedado un tejado muy bonito, mejor incluso que el de otros teatros españoles, pero debajo de ese tejado no hay ni paredes, ni cimientos, ni nada. Los cimientos cuestan de crear y lucen poco, pero son los que sostienen la casa. Ciudades como Bilbao, Oviedo o Jerez tienen cimientos, siguiendo con el símil arquitectónico; Valencia sólo tiene tejado.
Yo también disfruto como el que más con Maazel, con Mehta, con la orquesta y el coro y con muchos de los cantantes que han pasado por aquí, pero aun con todo eso, cambiaría gustosamente tanto relumbrón por otro modelo de gestión que propiciase menos gasto, menos déficit y que garantizase que vamos a tener ópera de calidad, aunque puede que no de tanta calidad, durante muchos años, tanto en épocas de bonanza como en épocas de crisis. Aunque no incluyese a Maazel y Mehta, ya que, seamos sinceros, si Madrid o Barcelona no se pueden permitir directores de tal caché, ¿no ha sido lo de traerlos a los dos a Valencia una machada?
Aún estamos a tiempo para cambiar de modelo, para intentar construir unos cimientos y unas paredes para nuestro tejado, aunque creo que nadie está por la labor.
Y no he mencionado a Helga ni una sola vez, para que no digáis.

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