
Dentro de tantos sinsabores, sin embargo no me puedo quejar. Este año he acudido a varias bodas, a pesar de que las fiestas no son lo mío, aunque tratándose de una boda nunca me aburro. Podría escribir toda una monografía sobre mi “adicción” a ellas; si algunos ociosos escriben solemnes tratados sobre la vida privada de las plantas o las bondades de la baba de caracol, por qué no iba hacerlo yo, sobre una de mis ociosidades más queridas. No quiero cansarlos, ni yo mismo lo entiendo, bastará con decir que en una boda todos parecen tan auténticamente contentos, que es imposible no contagiarse de ese espíritu. Eso sí, esto no aplica para el día que me case, de sólo saber que ese día todas las miradas se posarán en mí, se me pone la piel de gallina. Ajá, ya lo recordé, en un evento tal, todos están pendientes de los novios y uno puede relajarse hasta el infinito, especialmente si se es varón: que mi traje coincida con el de otro, no me preocupa en lo absoluto, incluso puedo ni siquiera enterarme. No se puede decir lo mismo de las chicas que –instintivamente- se miran unas a otras para saber si no llevan el mismo vestido. La vida es simple en términos varoniles.
Una boda es el mejor pretexto para reunir a los viejos amigos y el principio para despedirnos de ellos. Es la dura verdad, a partir de que firman el contrato marital- inconscientemente o no- firman su sentencia, es el adiós a las armas del libre albedrío, dejan de ser incondicionales, ya no están para esas jornadas de diversión sin ataduras. El matrimonio es cosa seria, por algo se dice que ellos ya juegan en “ligas mayores”, la soltería no pasa de un juego de aficionados. Los pocos mohicanos que quedamos, bien que lo sabemos: es doloroso constatar que si no llevas un anillo en el anular, te ningunean sistemáticamente, porque no perteneces al bando. Si hasta en partidos de fútbol, los otrora inseparables amigos nos dividimos en casados y solteros. Es duro saber que, los que simplemente consultamos con la almohada nos estamos extinguiendo, y los que consultan con la parienta pasan a ser legión. No me estoy quejando, simplemente asumo que son cosas de la vida. La vida es simple en términos de solteros.
El Barça ha tenido un año espléndido, quizás el mejor del último quinquenio. En todas partes se sabe de su superioridad aplastante, nadie lo discute, salvo algunos recalcitrantes en Madrid que se resisten ante la evidencia. Siempre he aplaudido el fútbol que roza la poesía, aun del bando enemigo, como aquel del mago Zidane. Pero ver que el equipo de tus amores hace del juego lo más parecido a la fantasía, es una satisfacción impagable y difícil de describir como seguramente sintieron lo mismo nuestros viejos, cuando cuentan que vieron jugar a Di Stéfano, Pelé o Cruyff. Si hasta los mismos brasileños en un documental de televisión dijeron recientemente: “Eu vi Barcelona jogar”. Es un privilegio inconmensurable ser testigo de todo esto en la plenitud de la vida. Ya se sabe, no es lo mismo repasar mil veces las imágenes guardadas que las imágenes vividas, aunque sea sólo una vez.
No todo huele a champán en esta vida. Sí, me veo huérfano y desarmado en mi cruzada anticoelhiana, sus libros se propagan como la peste. No soy ningún dogmático, pero es que me jode el desayuno de los domingos, toparme en la sección cultural del periódico con su columnilla y sus dichosas parábolas de sabiduría oriental. Que mucha gente se conmueva con eso, es cuestión de marketing, se lo perdono sólo a las quinceañeras, porque tienen la excusa de la edad. Admirador nato de la belleza como soy, me duele comprobar prejuicios sobre las beldades que pueblan alguna revista al preguntárseles sobre sus gustos literarios. No, no es manía personal, simplemente agradecería algo de higiene antes de tomarme el jugo de naranja o las tostadas. Si mucha gente le tiene fobia a las serpientes o arañas, yo le tengo fobia a profetas de bolsillo como Coelho.
Y a pocos días de la llegada del nuevo año, es una de mis fatigas hablar sobre dónde estaremos en esos momentos. No me veo a mi mismo en un lujoso crucero por el Caribe, ni aunque bien acompañado, de sólo pensar en la mierda acumulada de dos mil personas en mitad del océano, a ver si tiene algo de romántico. Tampoco me hallaría en la jungla de cristal de Nueva York, entre miles de desconocidos repartiendo abrazos por doquier. Lo mejor sería largarme a un sitio rural y montar mi carpa. Pero hay que rendirse, la costumbre es ley, lo mejor es recibir el nuevo año en un sitio pequeño y entre conocidos. Los amigos son los amigos, de eso es imposible zafarse, gracias a dios.