Revista Diario
La segunda mesa a la izquierda, al lado de la ventana. No muy lejos de la puerta, no muy cercana a las demás mesas. Tenía el grado justo de intimidad, y una visión perfecta sobre el resto de “El Gran Café”.Veinte años.Durante cinco días a la semana, salvo los festivos, ella se plantaba en esa mesa. La segunda a la izquierda, al lado de la ventana.
Cuando abrió la puerta esa mañana, estaba ocupada. Se quedó mirando al señor que la ocupaba, con mala cara. Él no se dio cuenta. Para molestarla más, era la única mesa de la cafetería que estaba ocupada.Se acercó con furia hacia la barra, mientras uno de los camareros ya estaba preparando el café con que la recibían cada día.
-“Están ocupando mi mesa.” - dijo.-“Las mesas no tienen ningún nombre asignado, señora, y todas las demás están libres.”- le contestó el camarero.-“Pero, pero... Ocupo esa mesa desde hace ya veinte años, vengo todos los días...” – explicó ella.-“Cierto señora, pero no le puedo pedir a esa caballero que se cambie de mesa, porque usted quiera esa.”-“Esto es incomprensible, yo quiero esa mesa. Me pertenece.” - exigió.-“Siento discrepar, sé que es cliente habitual, pero todas las mesas pertenecen a un mismo dueño, que hoy, precisamente no está aquí, pero que le dirá lo mismo que yo.”-“Deberían guardarme esa mesa, si me consideran como cliente habitual.”-“Señora, aquí tiene su café, puede ponerse en esa mesa hoy, y yo le prometo que mañana, le tendré guardada esa mesa.”
Ella se sentó en otra mesa, con su café. Tenía una mirada triste. Pero estaba enfadada. El único instante del día en que podía disfrutar de un rato para ella y sus recuerdos se concentraban en esa mesa. Y ahora ¿que podía hacer? El hombre no se levantaba, y ella necesitaba su mesa, y seguir recordando, y seguir viviendo esos primeros momentos. Lo necesitaba, y ese hombre estaba estropeándole su alegría. Vio como otro camarero hablaba con el que le había atendido. Debían estar hablando de ella. Pero ¿qué podían comprender esos dos?
Por fin, el señor que ocupaba la segunda mesa a la izquierda, al lado de la ventana, se levantó, y tras dejar el importe de su consumición en la barra, se marchó sin mirar atrás.La señora se levantó de la mesa, y tras quitar el plato, la taza y el periódico, se sentó con su café, y se quedó mirando su mesa, la mesa donde se sentaba cinco días a la semana, durante los últimos veinte años. Y acariciando el corazón tallado en la madera, leyó en voz baja... “Juan ama a Ana”
Mientras tanto, fuera de “El Gran Café”, el hombre se ponía sus gafas de sol, y sonriente, se decía a sí mismo, que ese bar no había cambiando en esos últimos veinte años. El corazón, que un día escribió a su primer amor, seguía tallado en la misma mesa en la que se dieron el primer beso. ¿Dónde estaría ella ahora? - se preguntó mientras se alejaba del lugar.