Hoy me gustaría contar en una sola historia cómo ha sido mi experiencia en el ámbito social con la cultura del regalo.
Vengo de un lugar y de una condición social donde los regalos son muy necesitados, rodeada de gente realmente necesitada, donde una medicina, un alimento, ropa o zapatos usados, libros para la escuela, dinero en efectivo, entre otras cosas pueden ser un gran regalo. En ese contexto, hacer regalos tenía sentido para mí. Comprendí que si tenía la oportunidad de regalar algo a quien estaba en una condición más difícil que la mía, no podía desaprovechar esa oportunidad, tenía que esforzarme en hacer un buen regalo, no solo porque esa persona lo necesitaba sino también quería mostrar que me importaba.
En ocasiones presté dinero, consciente de que no podía esperar que me fuera devuelto, así que de antemano yo tenía presente estaba haciendo un regalo, en otras ocasiones, regalaba sin esperar que me fuera devuelto un regalo semejante, porque tenía presente que esa persona no podía hacerlo. Pero cuando me tocaba hacer regalos a personas que estaban en mejores condiciones económicas que la mía, sentía escuchar un grito que venía de mi corazón, el grito de mi propia justicia, que se oponía a regalar al que estuviera en buenas condiciones económicas.
Lo que no sabía que sucedería en mi futuro, es que esa oposición se acrecentaría cuando cambié de país, un país donde la cultura del regalo está muy presente en una sociedad que es bastante homogénea desde el punto de vista socioeconómico.
En Italia y seguramente en muchas otras latitudes la decisión de hacer un regalo depende por una parte de la ocasión, entre los más comunes tenemos la navidad, cumpleaños, matrimonio, primera comunión entre otros eventos especiales, y por otra parte del tipo de relación que tenemos con la persona a quien le vamos hacer el regalo, el cual puede ser un familiar, amigo, pareja, colegas, etc.
Sin embargo, en una sociedad donde impera el consumo, regalar presenta una dualidad, puede ser tan fácil, como difícil e incluso innecesario.
Hay poder adquisitivo para regalar y sobran las ocasiones para que los regalos tengan lugar, pero saber a quién y qué regalar se necesita más que dinero, se necesita entendimiento y en consecuencia voluntad.
Unas de las ocasiones a la que más oposición tengo es a los regalos de navidad, a los pocos años de estar aquí me di cuenta, que era una pérdida de tiempo, dinero e incluso ante mis ojos podría ser un pecado. Comencé a observar abiertamente lo superficial, banal e irracional que puede llegar a ser esta costumbre en el contexto donde vivo.
Los primeros años de estar aquí y de participar forzada en estas prácticas, me encontraba en una situación muy incómoda al tener que comprar regalos a personas a las cuales no me puedo ni siquiera atreverme a comparar, porque su posición social es elevadísima en contraste con la mía, aún así hacía mi mejor intento, después los regalos que recibía por una parte eran baratos y por otra, escasos de valor, era como acumular cosas inútiles en casa, sin contar los regalos reciclados que me hicieron, los cuales tenían las mismas características que los anteriores. Comprendí que lo barato y de escaso valor eran para mi hija y para mi, y los regalos de valor eran para otros miembros de la familia.
Dentro de un núcleo familiar las diferencias económicas pueden ser muy pequeñas y si aún fuera el caso de que así no lo fuera, se asume que todos económicamente son iguales, por lo tanto se espera que tus aportes en el regalo sean significativos, cuyo valor concuerde con su destinatario, destinatario que por demás no lo necesita, pero lo desea. Aquí se presenta otra dualidad, si se está económicamente bien, ¿por qué desear recibir regalos que realmente no se necesitan? Responder a esta pregunta, me lleva a la siguiente reflexión, estamos bajo engaño.
En otras palabras, las personas tienen trabajos bien remunerados, que les permite costearse el nivel de vida que poseen, con un comportamiento altamente consumista que los conduce a comprar más y más bienes materiales que no se precisan y sin aún estar satisfechos de todo ello, quieren recibir regalos.
Ante un panorama como este, decidí contra viento y marea familiar no participar más en ninguna práctica que implique hacer un regalo, ni siquiera para mi marido.
Una voz en mi corazón grita, es la voz de mi propia justicia y me dice que los regalos no son para los ricos, sino para aquellos que no te lo pueden devolver, los regalos son para los pobres.
¡Hasta la próxima!