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Regalos

Publicado el 04 enero 2010 por Encantada
RegalosEmpecé a hacer regalos de Reyes al poco de enterarme de que estos eran en realidad los adultos de la familia, o más específicamente (en mi caso al menos), los padres. Desde entonces, es decir, desde hace muuucho tiempo, cada año me hago el mismo propósito:
─ Esta vez compraré los regalos en noviembre. Y si no me da tiempo, a primeros de diciembre. Sí. Lo tengo claro. Pero en navidades… ¡nunca más!
Por supuesto, todos los años desde entonces he comprado los regalos en navidades. Y para más señas, he estado comprando regalos hasta, o incluso exclusivamente, los días 4 y 5 de enero. Así que resulta fácil imaginar a qué clase de tortura nos he sometido a mi novia y a mí esta mañana.
Gran Vía. Preciados. Sol. Una lluvia torrencial y más gente que en la guerra.
Mi novia y yo nos complementamos estupendamente en muchos aspectos, pero uno de ellos NO es caminar bajo el mismo paraguas. Ella no me tapa. Yo me canso. Ella camina medio metro por delante de mí. A mí se me cae el bolso. Si a esto le unimos que mis zapatos (los únicos que tengo) son más malos que un dolor y que he arrastrado los bajos de mis vaqueros por todo el centro de Madrid… se entenderá que haya acabado con los pantalones calados hasta la rodilla, los zapatos que parecían chanclas, los calcetines como una plantación de nenúfares y la bufanda (que me quité porque tenía calor) tan capaz de dispensar agua corriente como una cantimplora.
¿He mencionado ya que si hay algo en el mundo mundial que me ponga de verdadera mala leche es mojarme cuando llueve?
Después de terminar las compras, nuestro plan era ir a la peluquería para empezar el año nuevo con un poco más de dignidad de la que lo acabamos. Pero en la peluquería había suficiente clientela como para quedarnos a hacer noche, así que decidimos dejar a un lado nuestra dignidad para llegar puntuales a la siguiente cita: comida en casa de mis suegros.
Y allí me planté yo, empapada, despeinada y de un humor de mil demonios. Sólo de pensar la cantidad de puntos que iba a perder con mi suegra cuando arrastrara los pantalones vaqueros por la alfombra del recibidor ya quería evaporarme de inmediato. Lo que yo no sabía es que mi novia me prestaría unos estupendos pantalones de su hermano (en cuyas perneras podrían meterse dos o tres de mis piernas) y que una vez consumado el delito tendría la poca compasión de espetarme eso de:
─ ¿Qué pasa, tía? ¿Te has vuelto rapera?
Pues sí. La rapera de la familia se pasó toda la comida en silencio mirando su plato, mientras se hacía mala sangre con su situación: “En casa de mis suegros… ¡y en chándal!”. Creo que no lo he dicho, pero el chándal es una de las prendas de vestir que considero más denigrantes para mi persona… solo precedida por la minifalda. Suerte que luego recuperé algunos de los miles de puntos perdidos llevando a mi suegra al metro en el coche, y suerte también que después de comer nos acercamos a un centro comercial donde por fin encontré el regalo para mi madre que nos hizo recorrernos el centro de manera compulsiva (se me había olvidado explicar que el regalo que más tiempo nos llevó encontrar… no lo encontramos).
─ ¿Te queda algún regalo más de Reyes que comprar, cariño?
─ Sí, cielo ─me vi obligada a admitir después de todo. ─ Uno pequeño para ti.
─ Pues no lo compres. Déjalo. No pasa nada. Vamos, que… ¡ni se te ocurra volver a salir mañana!
El año que viene, en noviembre. Prometido.
Encantada.

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