Virginia miraba atenta por la ventana, la lluvia serena y cansada acompañaba la noche. El hotel se encontraba vacío y con poca clientela, nadie nuevo, el día se había mantenido tranquilo.
Teodoro, su jefe, un señor de cincuenta años, atractivo y de mal carácter puso el grito en el cielo cuando la vio recostada en el sofá de la antesala, con lo brazos cruzados viendo la lluvia. Él, de pie y con los brazos también cruzados se quedó impávido detrás de ella y dijo:
— Muy bonito señorita ¿no gusta que la acompañe?, aquí se viene es a trabajar no a dejar la recepción sola porque a usted se le dio la gana hoy de ponerse nostálgica, no señorita, eso hágalo en su casa, aquí debe estar atenta a su puesto de trabajo. Dijo Teodoro con firmeza e ironía.
Ella retomó su puesto con molestia, sin disculparse de su jefe, empuñó su cara mientras sonaba sus largas uñas sobre el mostrador de la recepción.
Él se retiró mientras ella pensaba en lo odioso que era ese hombre, no entendía por qué no podía decir lo mismo con un poco de amabilidad. Aunque reconocía que había cometido una falta, en eso si tiene razón el miserable —pensó—.
De pronto entró un caballero, empapado de la lluvia con un paraguas y un gabán gris, el hombre era bastante atractivo, cabello negro azabache, ojos grises, dientes perfectos. Se quitó el gabán, su ropa húmeda se pegaba en su cuerpo lo que le dejaba ver un cuerpo interesante.
Ella distraída por su adonis se le había olvidado que ella era la recepcionista, la anfitriona del hotel, él se quedó mirándola y le sonrió, captando la fijación que había causado en la mujer.
— Disculpe señor.
— Tengo una reserva en este hotel, señorita…. .
— Virginia, mi nombre es Virginia.
— Está bien. La reserva la hice ayer por teléfono.
— Dígame por favor su nombre.
— Sebastían Rodríguez.
— Si señor aquí aparece ¿hizo reserva en una habitación con cama doble?.
— Así es señorita, pero no se extrañe, me gusta dormir cómodo.
Los dos sonrieron con aíres de complicidad.
— Déjeme llamarle a alguien para que lo ayuden con su equipaje.
— No se preocupe, le agradezco.
El hombre tomó la llave de la habitación y se fue.
Empezó a volar la imaginación de Virginia, ese hombre solo, desnudo en esa cama grande, que pena sentía, y ella ahí escuchando los grillos de la lluvia.
Sonó de pronto el teléfono de la habitación 306.
— Si, buenas noches. Respondió el teléfono con una voz dulce y sensual.
— Señor Rodriguez, ¿En qué puedo ayudarlo?.
— Virginia, creo que dejé mi maleta de mano en el piso de la recepción. Dijo él.
Ella salió de su puesto, dio un vistazo a la maleta que en efecto estaba allí.
— Si señor aquí se encuentra, se la haré subir enseguida.
— No señorita, tranquila, guárdela como un tesoro y yo la recogeré en la mañana, me encantaría ver sus hermosos ojos y robarme una sonrisa suya. Sonrió ella del otro lado, se sonrojó.
— Está bien. Dijo colgando el auricular.
No lo podría creer, estaba feliz pero también era realista, el hombre solo estaba coqueteando con ella, ¡Qué lindo que fuera verdad!, suspiró.
El reloj marcaba las tres de la madrugada, todo estaba tranquilo y ella observaba la maleta, quiso abrirla para curiosear pero se le ocurrió una mejor idea. Tomó la maleta y se fue a escondidas hasta la habitación, algo le inventaría luego a Teodoro si la pillaba.
Tocó la puerta sin respuesta. Que tonta he sido, dijo, este hombre debe estar bien profundo.
De pronto la puerta se abrió un poco. Ella le dio un leve empujón para terminar de abrirla y entró con algo de recelo.
— Hola, le dijo estirando sus manos con el equipaje.
Sebastian estaba en toalla, sentado en su cama.
— Ven. dijo.
— Solo le traía el equipaje.
— No, sabes que no, ven, haz que valga la pena el regaño que te dará Teodoro por estar siempre buscando problemas. Dijo él casi gritándole.
Ella se acercó con deseo y desconfianza.
Él se levantó, la apretó fuerte contra su pecho, acarició su cabello explorando con sus manos el cuerpo de ella, suavemente. Ella estaba extasiada, él le susurró entonces.
— Siempre te he amado Virginia.
Ella se estremeció y lo miró con extrañeza.
— ¿Siempre?
— He visitado este sitio cada año en cinco años solo para verte.
— Lamento no hablarte con el mismo romanticismo. Yo solo te recuerdo de hoy. Vine pensando en tener un encuentro fugaz contigo. Dijo ella, seca y cortante.
Él la miró con los ojos llenos de lágrimas, y la hizo suya, tal como ella quería.
Virginia quedó dormida, sobre la mesita de noche, unos dólares y una nota que decía “Regresaré en Marzo”.
Por:
MARjorie