Claudio Ferrufino C.
Qué triste es constatar que no estamos chiflados ni exageramos, cuando desde hace algún tiempo venimos afirmando que este es el país de las maravillas, donde lo insólito o absurdo es norma y el sentido común duerme el sueño de los justos. Como ejemplos recientes, ahí están los magistrados “elegidos” por el rechazo popular y los casi cien mil vehículos indocumentados que fueron legalizados de sopetón para transformarnos en un país chatarrero.Qué reconfortante, es haber sido motivo de discusión en el último foro del G-20, aunque sea para señalarnos que nos estamos convirtiendo en paraíso del blanqueo de capitales, especialmente de cierto polvillo blanco.
Qué poético, es tener un presidente que compara a la cocaína con la llajua. Don Evo Morales, cree que la cocaína es dañina como la salsa picante –llajua- que acompaña el menú cotidiano de los bolivianos. Ciertamente este condimento, tiene en muchos el mismo poder de adicción que la coca cola, pero nadie se ha muerto por eso.
Qué emocionante, es vivir en un país donde todo se resuelve a las patadas, no sólo en fútbol y política. Deberíamos dejarlo para el campo minado del amor, como el de la guerra. No, en literatura no.
Pocos meses atrás, reflexionábamos sobre la insignificancia de la literatura boliviana en el ámbito internacional. Entre un sinfín de razones, pensábamos que el Estado era el principal responsable de la falta de políticas para promocionar a los escritores. O en su defecto, los nostálgicos del mar achacábamos a la falta de puertos para exportar nuestros libros, aunque sea en calidad de papel para reciclaje.
Así, creíamos que los literatos se estaban extinguiendo, porque nadie los leía, mucho más cuando los bolivianos sucumbimos paulatinamente a la moda del folclore. En fin, todo y todos conspiraban, menos aquellos que se dicen hombres de letras.
A raíz del reciente Premio Nacional de Novela 2011, se destapó la olla de los huevos podridos. Nadie pone en duda la calidad y merecimiento del galardonado (Claudio Ferrufino C.). Pero llama la atención que de 40 obras postulantes, sólo una merezca la pena y las demás “están mal escritas, desprovistas de estrategias narrativas y con un lenguaje descuidado que debería merecer varias correcciones”, tal como declaró el presidente del jurado calificador. Ojalá esta persona fuera una eminente autoridad en literatura, pero no, resulta que es un ilustre desconocido, cuyo mayor mérito es haber egresado de Comunicación para mayores señas. Del resto del jurado, nadie tiene idea de quiénes son. Y todo con la venia de una multinacional como Alfaguara, principal auspiciador del acontecimiento.
Si el concurso fuera un certamen menor o para principiantes, otro gallo cantaría. Pero cuando muchas de las obras en concurso fueron ninguneadas sistemáticamente, saltan las sospechas de que el evento fue una farsa, y que no se tomaron ni la molestia de revisar a fondo los escritos. Ante las irrespetuosas declaraciones del seguramente “escritor” presidente del jurado, las protestas de los afectados, entre ellos reconocidos académicos y figuras de la narrativa nacional, no se hicieron esperar. ¿Para qué se consiguió una editorial extranjera, si se presta a los usos y costumbres de la picardía criolla?, ¿Acaso no correspondería que ésta nombrara a jurados internacionales y neutrales, considerando su alcance mediático y poder económico?
Y pensar que antes, hubo algún concurso de novela que tenía jurados como Mario Vargas Llosa y otros críticos prestigiosos, a pesar de la modestia e insignificancia monetaria del premio, más por el esfuerzo personal de un librero alemán afincado en Bolivia, pero desgraciadamente él se murió. Ahora estamos a merced de las transnacionales, a las cuales poco les interesa saltarse por el forro la calidad de las obras, en tanto puedan vender miles de copias de libros escolares o seudoliteratura, acorde a los tiempos que corren.