Pensé que la persona que me seguía era un espíritu del mar. A mi marido le gustaba el mar.No le hice caso y seguí caminando hacia el extremo del cabo. Respiraba trabajosamente, quizá caminaba a paso rápido. Mi pequeño bolso de tela, el único equipaje que llevaba, se balanceaba de lado a lado. Había comprado una lata de té verde en una máquina expendedora. Tras un momento de vacilación, pulsé el botón de "bebidas calientes". Estuve caminando un rato con el té en la mano. La presencia que me seguía se alejó.El cielo se estrechaba en aquella zona, quizá porque la ladera de la montaña que se erguía a mi derecha se volvía más abrupta. Los milanos volaban bajo. Sólo remontaban el vuelo para sobrevolar unos escollos que se adentraban en el mar.Aquel pasaje me inspiraba tranquilidad. No recordaba cómo había sido mi vida durante los dos primeros años tras la desaparición de mi marido. Le pedí a mi madre que se instalara en mi casa, aceptaba todos los trabajos que me encargaban y conseguí salir adelante. Conocí a Seiji en esa época. Enseguida empezamos una relación. Ahora que lo pienso, ¿que se entiende por relación?Cuando Momo acababa de nacer, me sentía muy cerca de ella mientras la amamantaba, muy próxima. Incluso más cerca que cuando la llevaba en mi vientre. No era afecto ni ternura lo que sentía, sólo proximidad.Relacionarte con alguien no significa estar cerca de esa persona, aunque no esté lejos de ti. Tengas o no tengas una relación, siempre hay cierta distancia inevitable.Un autobús me adelantó. Estaba cansada. La parada estaba sólo a cien metros, pero no pude correr. El autobús siguió circulando sin detenerse. Encontré más restaurantes de pescado, uno al lado del otro. Las gaviotas reposaban en sus tejados. Sólo había uno con del cartel de abierto. Las luces encendidas le daban un aspecto triste. Entré.
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Manazuru. Una historia de amorHiromi Kawakami (Tokio, Japón, 1 de abril de 1958)
«Me pregunto si mi marido quería morir o si desapareció porque quería vivir. También es posible que la vida y la muerte estuvieran al margen de sus reflexiones». Quien habla así es Kei, una mujer que vive con su madre y su hija adolescente. Su marido desapareció sin dejar rastro hace doce años. Con el tiempo ha encontrado un amante, Seiji, pero la presencia de su esposo llena sus fibras más íntimas y se resiste a abandonarla. Manazuru: esta palabra misteriosa es la única pista que el marido dejó en su diario, y el punto de partida para la búsqueda de un sentido en la península japonesa del mismo nombre. El lector se encontrará acompañado de fantasmas en una profunda, memorable y sensual exploración del amor, en un mundo de evocaciones de una sutileza delicadísima, en una barca que pende en el horizonte y que busca acariciar la íntima piel de los sentimientos.