Revista Diario

RELATO: CON EL SENTIMIENTO, LOS MIÉRCOLES A LAS 8 (Parte 2ª)

Publicado el 16 enero 2014 por Maricari
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Un varón-grúa, eso era él, un varón-grúa por mimetismo con su trabajo, con un solo brazo, y por eso estaba tumbado en aquél diván los miércoles a las 8. Era cierto que podía cargar y descargar con el brazo izquierdo, podía llevarse la cuchara a la boca, el cigarrillo a los labios, el pañuelo a los ojos cuando lo necesitaba (cada vez lloraba menos) y así un sinfín de cosas, pero solo si el otro brazo estaba en reposo. Era consciente de que si movía el brazo derecho el otro quedaba totalmente inutilizado, incapaz de dar abrazos, no los daba, era su Síndrome del brazo-grúa.
¿Síndrome del brazo-grúa?, nunca he oído tal cosa.Yo soy el primero en tenerlo, doctor.Sí, sí, pero volvamos al mimetismo… ¿Por qué el mimetismo le ha impedido dar abrazos?No se canse doctor, ya no tengo que descargar...¿De su mente?De los barcos.
Y entornó los ojos, el sentimiento también, y un trueno se le introdujo por los oídos produciéndole un dolor profundo, tan cotidiano, que le despertó del letargo. Se sintió fastidiado por el sonido de la sirena.
Ya era la sirena-sauria que le echaba de su hogar en las alturas, cuyo sonido le había acompañado desde los inicios, desde cuando había en aquel puerto trabajando miles de obreros con salarios dignos, que mantenían a familias alegres, como había sido la de sus padres, pero que no pudo ser la suya, ya se sabe, los tiempos modernos avanzan que es una barbaridad y comenten barbaridades, remarcaba siempre su madre y, desde la ausencia de ella, lo hacía una vocecita en su cabeza.
Cree que es el sentimiento quien le habla.
Bajó por la escalera de la grúa-sauriay saludó con la cabeza mientras con los labios hizo una mueca de adiós al cuarentón del compañero-saurio que le preguntó por su salud.
Bi.. eeen, … es..toy… biiiieee…¡Debes hacértelo ver!, esa manía tuya de no usar el brazo izquierdo no es buena.
No le contestó, no entendería que él era un obrero-grúa-mimetizado, ni le dio la mano derecha para despedirse, ni miró a su grúa-sauria, ni a las famélicas aves que morirían allí por tontas, ni al inmenso océano, solo sintió que al tener el Síndrome del brazo-grúa no podía hacer un corte de mangas a la sirena-sauria que acababa de ascenderle a obrero-grúa-mimetizado-saurio.
Se dirigió a su casa en el extrarradio paralelo, justo al otro extrarradio opuesto, al lado de la ciudad dónde las viviendas son aún más baratas que las fantasmagóricas del cinturón del Puerto. Las más baratas ya que no llegan los servicios públicos, y a veces, los cortes de agua y de electricidad duran varios días y, en las calles, las farolas brillan por su ausencia; lo llaman el barrio del chabolismo y solo lo visitan las autoridades si tienen que pegar carteles electorales, de noche y con policía y periodistas para la foto.
En el tercer trasbordo del metro, como siempre, bajó con los ojos cerrados sin mirar la raspa de sardina como llamó su madre al esquema luminoso de la línea la primera y única vez que le acompañó en el trayecto cuando, al quedarse sola, se fue  a vivir con él  pues la parada le era reconocible solo por el golpe que su pituitaria pavlovianarecibía cada día y que, su estómago, traducía en el acto reflejo de una arcada tan familiar ya como necesaria.
Fue pensando en que no era justo que le hubiesen despedido en domingo, aunque el sentimiento le decía que daba igual el día que le fastidian a uno para siempre, porque ambos amaban la vida que llevaban, ordenada, tranquila, sin complicaciones, acostumbrados a recorrer las mismas distancias, a dar los mismos pasos, a tomar los mismos atajos y a usar siempre los mismos transportes, siempre lo mismo.
El sentimiento cuando estaba, siempre era el mismo.
Pero esta vez, antes de salir completamente de aquella máquina férrea, ésta le escupió hacia afuera y emprendió la huída sin despedirse del obrero-grúa-mimetizado-saurio, lo que le hizo perder el equilibrio y caer sobre la sucia vía, golpeándose en la cabeza. Apareciendo allí el sentimiento, y un chorro de sangre caliente bajó por su frente, entrando en su ojo derecho, lo que le hizo apretarlos enrojeciéndose el sentimiento.
El sentimiento se enrojece tarde o temprano.
Aturdido, notó cómo le elevaban del suelo varios brazos fuertes y, al abrir los ojos, vio unas gaviotas con alas de buitre sobrevolando su cabeza, al mismo tiempo que alguien le colocaba en su brazo izquierdo una pancarta dónde podía leerse el nombre del Sindicato de Estibadores, y un niño mellón le gritaba: ¡Tenemos al ministro! ¡Tenemos al ministro! ¡Se acabó la huelga! ¡Hemos vencido! ¡Hemos vencido! 
¡Ministro!... qué ministro, ¿está soñando?El Ministro que firmó el Convenio nacional con el Sindicato… estaba allí ahora mismo, me habían golpeado la cabeza y… Reapareció el sentimiento…¿Estaba pensando en el momento en el que el Sindicato de Estibadores firmó el Convenio nacional?Sí, cuándo se firmó el jodido convenio y comenzó el pacto de los despidos.Sin palabrotas, por favor, cuénteme ese sentimiento.Lo intentaré, doctor, lo intentaré…
Volvió a acariciar el diván de piel ajada con su mano derecha envejecida y cerró los ojos pensando en la huelga. No estaba seguro, quizás tendría treinta años el sentimiento asentía en su cabeza, porque querían regular la vida en el Puerto. Pero su cabeza estaba ahora acá, ahora allá, jugándole malas pasadas, no sabía qué tiempo es el tiempo que siente, como si le abordara piratamente el sentimiento pasándole por la quilla sus vivencias.
El sentimiento le pirateaba sus vivencias.
Así es, así es, sus pocas vivencias no estaban exentas del sentimiento, nunca, nunca pensase en la época en la que pensase, el sentimiento estaba presente.
Él era el sentimiento, el sentimiento era él. 
Abrió los ojos sorprendido por la multitud de voces de sus compañeros en lo que parecía una barricada, giró la cabeza mientras elevaba su mano derecha, a modo de visera, oteando hacía el lado contrario al océano, intentando contar los metros de contenedores que formaba la columna de soldados que se aproximaban, provistos de víveres a cargo de numerosas multinacionales y, a cuyas órdenes expresas y por supuesto ratificadas por el Primer Ministro de la Nación, era y no le cabía duda, porque él y el sentimiento estaban allí, exterminar al último sindicato.
Solo se escuchaban silbatos cercándoles por todos lados pero, para su desgracia, a él le apuntaba una porra eléctrica que giraba en el aire un soldado cuyo uniforme, estaba seguro, solo hacía unos meses que él había descargado de uno de los cien contenedores con material para modernizar a la tropa, y que la empresa del Primer Ministro importaba de Hong Kong.
Él había descargado ese uniforme, seguía pensando en lugar de echar a correr. El sentimiento le recordaba que debido al desmantelamiento sufrido en los últimos años en el Puerto y, a que hacía varios años que no se hacía un mantenimiento adecuado en las instalaciones, máquinas y enseres, porque interesaba que las instalaciones se pudrieran para justificar los grandes cambios que enriquecían a unos pocos, el cable de acero de su grúa se había oxidado y cayó el contenedor nº 85.
Ese contenedor al caer desparramó trajes caquis de camuflaje que no pasaban desapercibidos, asustando a las gaviotas que alzaron el vuelo y, a cuyo remolino de alas rebotaron las prendas en los raíles desplegándose como banderas al viento izadas hasta la mismísima boca del océano. Recibió una amonestación con un considerable descuento en nómina y una advertencia que revotó en el contenedor de sus sesos y ya, para siempre, despreció a los uniformes militares, y más cuando el soldado esbirro descargó el golpe eléctrico en su cabeza y el sentimiento se tiñó de ira roja desvaneciendo su mente.
El sentimiento ya siempre estará rojo de ira.
Otra vez se ha dormido.Sí doctor, me pasa con más frecuencia en su consulta.Dígame, ¿ha vuelto a ver su grúa?
Mi grúa, mi grúa-sauria, no, no lo aceptaba, no lo aceptaba ni él ni el sentimiento,  así que había vuelto una vez por allí, a mirar. No encontró ningún  guarda, ni al que fuese su compañero, ahora eran todo cámaras de seguridad conectadas a una central supervisada por satélite que manda, en el hipotético caso de que alguien intentase franquear el acceso sin permiso, una señal que puede ser reproducida a miles de kilómetros y en miles de sitios, siempre controlado todo por los becados dioses informáticos.
Y solo había máquinas sin vida pero en constante movimiento, y barcos que entraban y salían del puerto, enormes, llenos de contenedores.
Dudaba de si alguna vez él había pertenecido a aquel puerto, si de verdad habían ganado una huelga que les convertía en héroes humanos en pos de un futuro para ellos y para sus hijos. Qué fue lo que sucedió para que se produjera unos años después aquella revuelta contra el ejército. Qué fue lo que sucedió para que ese modo de vida dejara de ser su vida un domingo cualquiera sin retorno.
Todo lo comprendió cuando recibió aquella descarga del soldado que le dejó el sentimiento presente en su cabeza, y le hizo mudo, no, le transformó en obrero-grúa-mimetizado-mudo.
Para él solo habían sido desgracias, aunque por otro lado, al final estaban las sesiones de los miércoles a las 8 desde que cayera a la vía y la compañía del metro le pagase los daños colaterales de su cabeza, convirtiéndole en un paciente-grúa-mimetizado-casimudo, y allí se encontraban los dos viejos amigos inseparables tumbados en el diván de piel ajada, charlando de sus vivencias con el doctor.
¡Lo siento, pero terminó su hora!Entonces doctor, hasta el próximo miércoles.¡A las 8, no se olvide!No, doctor… el sentimiento no me deja olvidar nada.
RELATO: CON EL SENTIMIENTO, LOS MIÉRCOLES A LAS 8 (Parte 2ª)MariCari, la Jardinera fiel.

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