Magazine
A Julieth.
De nuevo no era otra que ella misma, la misma que siempre había sido cuando despertaba y como todas las noches que la luna no le hallaba descanso en sus paradas. Comenzaba la faena con dos cuartos de metal, unas gotas de amargura y pizca de seducción. Así, vestida de simpleza recorría las viejas calles de repujado corcovear.
¿Qué quien era ella? No lo sé yo, ni bien lo sabe ella. Su nombre me lo invento. Era Yolanda, y su apellido siempre fue el que ella quiso, era Oruga, aunque prefería que se le llamase “Yola Oruga”. Como si fuera ella la oruga, la que a rastras se escabullía en los rincones de su alma y que algún día estaba esperando, o bien desesperando, convertirse en mariposa. Así fuera la mas fea mariposa, si así lo fuera, las ansias de volar le podían calmar el alma con un ventarrón de susurros que sin preguntar llegaran a vaciarse de ella. Ella que siempre estaba llena de todo.
¿Donde andará la oruga? Ella la oruga. Arrastrándose en las sobras de lo que a su paso deja, o tal vez entre voces titubeantes que describen su hermosura, ¿Dónde andará la oruga? que con verse se imagina como un balde de fortuna.