De los inventosque se atribuyen a Tobar, sus Cartas (o Libro Infinito como él lo habíabautizado) fueron, en principio las menos populares. Hoy, en cambio, las Cartascirculan en Bermejo con tanta facilidad como en otro tiempo cambiaba de manosel dinero. Claro que el dinero siempre tiende a concentrarse en los bolsillosdel poseedor de manos especialmente afortunadas, en cambio estas son recibidasy leídas con una incómoda mezcla de curiosidad y rechazo. En el año milnovecientos cincuenta y cinco, cayó el gobierno peronista. La victoriosadictadura, entre otras tantas medidas draconianas, decretó la prohibición delibros en todo el país. Podrá pensarse que esa medida era del todo ajena aBermejo: Allí jamás había existido una librería. Se leía gracias al préstamo sistemáticode los pocos libros que se conseguían en los viajes a las ciudades cercanas,también se atesoraban los libros que los chicos podían robar durante su pasopor la escuela. Como concesión a la ficción, circulaban revistas de historietasy chismes. Los habitantes de Bermejo asumían su pobreza bibliográfica consarcasmo resignado. Sin embargo la noticia de la quema general de libros quehabía ordenado el gobierno fue recibida como una condena desproporcionada. Bermejosiempre aceptó su miseria gracias a la pertenencia a un país rico y endesarrollo al que el pueblo se integraría con el tiempo o por lo menos muchosde sus jóvenes emigrarían a las prosperas ciudades. La destrucción de loslibros era una de las primeras señales de que ese mundo soñado y esperadoestaba desapareciendo antes de ser alcanzado, disolviéndose entre humo ycenizas tal como los libros.La requisa de textosfue sencilla en el pequeño pueblo. Quienquiera que estudiase con una mínimaatención a sus vecinos podía darse cuenta si en tal casa había o no un libroguardado, era fácil deducir, incluso el género, calidad o cantidad de volúmenesposeídos. Los camiones del ejército recorrieron todas las calles en una solanoche recogiendo los libros que los vecinos debieron dejar embolsados comobasura en las aceras. Además, algunas casas fueron, por precaución, allanadas.Luego de ladestrucción de los libros Bermejo conoció una breve primavera religiosa. Lospastores repartían Biblias Reyna y Valera a granel: a sus acólitos y a lectorescon síndrome de abstinencia. Por la fuerza de la fe o por simpatía del gobiernolas Biblias circulaban libremente aunque el cura, burlado, se arrancase suscabellos y rasgase su sotana durante sussermones solitarios.
De los inventosque se atribuyen a Tobar, sus Cartas (o Libro Infinito como él lo habíabautizado) fueron, en principio las menos populares. Hoy, en cambio, las Cartascirculan en Bermejo con tanta facilidad como en otro tiempo cambiaba de manosel dinero. Claro que el dinero siempre tiende a concentrarse en los bolsillosdel poseedor de manos especialmente afortunadas, en cambio estas son recibidasy leídas con una incómoda mezcla de curiosidad y rechazo. En el año milnovecientos cincuenta y cinco, cayó el gobierno peronista. La victoriosadictadura, entre otras tantas medidas draconianas, decretó la prohibición delibros en todo el país. Podrá pensarse que esa medida era del todo ajena aBermejo: Allí jamás había existido una librería. Se leía gracias al préstamo sistemáticode los pocos libros que se conseguían en los viajes a las ciudades cercanas,también se atesoraban los libros que los chicos podían robar durante su pasopor la escuela. Como concesión a la ficción, circulaban revistas de historietasy chismes. Los habitantes de Bermejo asumían su pobreza bibliográfica consarcasmo resignado. Sin embargo la noticia de la quema general de libros quehabía ordenado el gobierno fue recibida como una condena desproporcionada. Bermejosiempre aceptó su miseria gracias a la pertenencia a un país rico y endesarrollo al que el pueblo se integraría con el tiempo o por lo menos muchosde sus jóvenes emigrarían a las prosperas ciudades. La destrucción de loslibros era una de las primeras señales de que ese mundo soñado y esperadoestaba desapareciendo antes de ser alcanzado, disolviéndose entre humo ycenizas tal como los libros.La requisa de textosfue sencilla en el pequeño pueblo. Quienquiera que estudiase con una mínimaatención a sus vecinos podía darse cuenta si en tal casa había o no un libroguardado, era fácil deducir, incluso el género, calidad o cantidad de volúmenesposeídos. Los camiones del ejército recorrieron todas las calles en una solanoche recogiendo los libros que los vecinos debieron dejar embolsados comobasura en las aceras. Además, algunas casas fueron, por precaución, allanadas.Luego de ladestrucción de los libros Bermejo conoció una breve primavera religiosa. Lospastores repartían Biblias Reyna y Valera a granel: a sus acólitos y a lectorescon síndrome de abstinencia. Por la fuerza de la fe o por simpatía del gobiernolas Biblias circulaban libremente aunque el cura, burlado, se arrancase suscabellos y rasgase su sotana durante sussermones solitarios.