Mis ojos aún tardarían en acostumbrarse a la luz tenue de la puerta de cristales entreabierta que daba al jardín con sus glicinias tan japonesas que no podía ver, pero que desde la entrada por el zaguán estaban embargando mi nariz de su dulce aroma, por lo que me quedé quieta un instante temiendo dar algún traspié o llevarme en mi ciego caminar algún mueble que me hiciese perder el equilibrio.
Parpadeo a parpadeo fui recobrando la visión y mi cerebro pudo desvelar la estancia en la que tantas veces me recibiera la dueña de su casa. Todo estaba igual, a mi izquierda centrada la puerta de la cocina custodiada por los chineros gemelos, ambos con sendos poyetes de mármol blanco sobre los que seguían las enormes soperas portuguesas de vivos colores. Y a mi derecha el precioso sofá con sus butaquitas y la mesita del té y su maceta siempre verde. Pero no, no había maceta, ahora había un par de teléfonos móviles y lo que parecía un paquete de chicles de fresa. Y justo me encaminaba al jardín cuando a mi espalda, en el rincón, sonó una pequeña explosión y allí estaba, recostada ligeramente de decúbito supino en el diván de terciopelo, mi preferido, la nieta de la Señora masticando y haciendo pompas con el chicle.
Vestía su diminuto uniforme colegial y sus antipáticos calcetines blancos con náuticos granates, tan vistos ya que se han hecho clásicos, en una postura desgarbada sobre el diván. Me miraba fijamente mientras seguía haciendo globos con su boca y explotándolos entre sus dientes con una parsimonia dolorosa y con un deje infantil que enfatizó aún más su descarada pregunta de si podía hacer algo por mí. En ese momento reparé que, por su posición y la luz que penetraba, se le veían brillantes sus blancos muslos entreabiertos y el nacimiento de las encaladas bragas que, cadenciosamente, eran ocultadas por el sube y baja de un diminuto yoyo que se enrollaba consigo mismo desde su brazo alzado a la altura de su barbilla hasta tocar el diván.
Volvió a sonar su voz pero me pareció rumor indescifrable del viento entre glicinias y no pude articular palabra, quedé enrollada sobre mí misma.
P.D.: "La vida... un ir y venir y bajar y subir... como un yoyo"
MariCari, la Jardinera fiel.
{¡B U E N A_____S U E R T E!}♥ ღ ♥