Nací en un lugar donde todo eran ríos y violencia. Donde la pólvora si no explotaba a todas horas es porque estaba húmeda o ya había sido quemada, y donde solo la tortura de conseguir un mendrugo de pan era el estado natural de las tripas. Y las risas de los niños eran continuos chillidos solicitando socorro.
Año reinante de su graciosa y patética majestad o lo que es lo mismo, un año cualquiera gobernado por quien fuera el líder de turno para unos y renegado para los de más allá, pero héroe en cuanto muriera, el que mandara incendiar nuestra casa y nos echara al río. Todo por no querer mi padre entregar a su majestuosa causa un par de vacas y una guarra mal paridera. Nos quedamos con lo puesto. Era justo dar un escarmiento a quien desafiase al patético, y mi padre así lo hizo, lo recibimos un funesto 13 de mayo, en forma de barcaza de desguace.
A los remos de la destartalada Medusa ataron a mi padre. Mi madre no abrió su boca pero tampoco sus brazos para cobijarme; quien sí lo hizo fue el viejo lacayo de la sombra de mi padre que no hablaba nunca por la boca, o al menos yo no le oí, sino por el estómago de una vaca que todos llamaban gaita.
En ese momento, cuando arrojaron la barca a la corriente del río, con el mismo empuje que se arranca una garrapata de la oreja de un perro evitando que quede adentro el rejón, la gaita comenzó a sonar quebrada y llorosa y me hizo gemir. De vez en cuando sonaba una respiración mohína en el aire y no era yo. Recordé el día en que una rata quedó asida en la trampa del queso y chilló toda la noche; tuve pesadillas varias semanas porque seguro que el rejón quedó clavado en mis orejas y por ello tendría ya fiebre de por vida.
La barca saltaba zarandeada por el caudal del río debido a la época del año, poco podía hacer mi padre para ir rectos, y casi no me dio tiempo a decir adiós a mi orilla, pues necesitaba limpiarme los ojos afectados porque ninguna de mis amigas me decía adiós, y salieron de mis fosas nasales las velas que le faltaban a la barca para huir deprisa. Mi madre no me pegó, no me consoló, pero me liberó de las mucosidades con un firme atrape entre sus dedos y los lanzó al agua entre murmuraciones que pensé seguirían a un sopapo, pero no, ella tenía la mirada fija en los habitantes de la orilla mientras la gaita mugía viva rezando un rosario.
Aquel río desembocó en el amanecer en otro menos brioso y más ancho a cuyos lados había robles verdes y venados. Se veía la tierra roja y grandes rocas topando el terreno y más y más venados. Nada podía calmar los ruidos de mi estómago, ni mitigar el frío que agarró a mis tripas como el sonido quejoso embarazó a la gaita famélica y estrambótica, sin melodía ni acorde que acompasaba al tam, tam del remo en la orilla.
Ya no veía cervatillos, ni venados, solo sus patas de carne asándose en el fuego de la cocina que tuviera mi madre. Y así me dormí, y así me soñé, y así sentí que soñé con caballos de hierro que volaban sobre nuestras cabezas y en cesárea dejaban caer sus huevos, que sorteaban los lunares rocosos del suelo, estallando en nuestras casas quemándolas, como teas al viento, tragándose el sustento de niños y mayores y perros que gruñían despedazando mi vestido verde oliva.
Creo despertar corriendo por la ladera del monte, sin pararme a recoger las diminutas flores amarillas que por el tallo segaban mis botas de piel de conejo curtida, porque era mayor, era fiera y solo me poseía el deseo de llegar junto al río para escuchar su familiar tam, tam y dormir la nueva fiebre sobre mi vieja gaita.P.D.: "La vida es un continuo torbellino circular que nos da vueltas y vueltas..."
MariCari, la Jardinera fiel.
{¡B U E N A_____S U E R T E!}♥ ღ ♥