Revista Diario

Relato - Lavanda

Publicado el 11 noviembre 2014 por Mariejsamuells
Relato -  Lavanda
LAVANDA
Era una típica noche.
La luna estaba tan campante el cielo nocturno que me sorprendió el hecho de que siguiera estática por tantos segundos que fueron eternos, o que el hecho de que fuera tan luminosa que hacía que mis ojos se quemasen un poco.
El patio de mi dulce morada era muy simple, pero acogedor, con pequeños dientes de león rodeando la cerca y una manta escondía mi cuerpo de la suave ventisca de esa fría noche de octubre.
No hallaba una buena excusa para entrar en casa, estaba todo tan oscuro allá dentro que ni la bombilla más luminosa pudiera quitar las sombras que acechaban con arrebatarme cualquier cosa importante, mi vida por ejemplo.
Antes de que hubiera oscurecido me acerque a mi habitación y quite la colcha y un par de mantas, incluso me atreví a sacar una almohada para irme al patio a ver la luna. No es que le tuviese miedo a la soledad, solo estaba en esos días que me apetecía no seguir la regla estándar de dormir en una habitación.
La brisa nocturna siempre me había ayudado a pensar, era como si calmase todos mis temores con el menor soplido.
Y me agradaba esa sensación.
Había noches particularmente agradables, y esta era una de esas, eran esas clases de noche en done la luna te hipnotizaba y te dejaba a  su merced. Y a mí me gustaba ser sumisa de ella.
Noto que mi teléfono suena, pero lo ignoro porque estoy concentrada mirando el cielo nocturno, lleno de tantas estrellas infinitas que me era fácil perderme en su inmensidad.
Pero el molesto tono del teléfono arruino mi paz.
Con frustración acumulada cojo el teléfono para ver la infinita cantidad de Whatsaap de mi mejor
amiga.
“¿En dónde estás?
“¡Recuerdas nuestra noche de chicas!”
“¡AMELIE!!
“SE QUE ESTAIS ALLI, COJED EL TELEFONO”
Allí fue cuando la paz efímera se esfumo. Amelie, ese era mi nombre, y aunque fuese poco común, me gustaba. Porque me reflejaba de sobre manera.
Decidí ignorar por unos instantes mas la lluvia de mensajes de mi mejor amiga, para contemplar la luna que estaba en estos momentos un poco oculta por las nubes. Me arme de valor mientras buscaba su número entre mis contactos. Sabía lo que se me avecinaba, y era algo peor que la muerte, o que la furia de algún animal del bosque.
Me puse el teléfono en mi oído mientras buscaba una posición cómoda para hablar, claro, que sin privarme de la comodidad de mi patio.
— ¿Qué sucede cariño? —Dice antes de siquiera decir un hola.
Ese era su estilo, siempre que hablamos nunca hay un saludo de por medio, a menos que sea algo tan importante que quiera evadirlo a toda costa. Pero este no era el caso, sabía que mi aislamiento no podía durar eternamente.
Hablamos un rato, haciéndome énfasis en hablar, porque yo solo asentía un poco y decía que estaba bien, porque realmente no me interesaba lo que me estuviera diciendo. La quería, claro que la quería, solo que el hecho de que sus mensajes sonara tan angustiada me preocupada, solo quería que llegara a todo el meollo del asunto.
—Solo suéltalo—pido ya impaciente, siempre he sido de las personas que escuchan, que se mantienen calladas y esperan el momento oportuno para emitir algún sonido y opinar, pero con ella todo eso se iba a algún lugar muy lejano.
—Vale—respira entrecortadamente por el otro lado de la línea, puedo imaginar que pasa su mano sudorosa por su cabello color oro, y que sus ojos de un color difícil de escoger miran a algún lugar lejano de su habitación pastel.
Cierro los ojos mientras espero que Anaya pueda buscar en su infinito vocabulario mental las palabras correctas para relatarme el suceso del año. El cual ya estaba enterada, solo que quería escucharla, debía o mejor dicho necesitaba escuchar su versión.
—Es su culpa, nadie puede decir te amo sin sentirlo ¿sabes? Es imposible decir que tu vida solo depende de una persona y que ella no te escuche, sentía como si estuviese hablando sola, Amelie.
¡Era horrible! necesitaba decirle que yo le amaba, que deseaba una infinidad de días junto a él, pero nunca me escucho, no me escucha y lo odio por ser un idiota. —Susurra y yo me muerdo el labio inferior con una fuerza sobrehumana, odiaba escucharla así. Tan…rota.
—Solo respira—murmuro mientras ella gimotea en la otra línea, busco en mi memoria algunas palabras de consuelo. Pero estoy en blanco, nada surge y me siento como una completa inútil por no poder consolarla—Los hombres por naturaleza suelen ser bastante idiotas, así que si ese ser no te valora no debes llorar por él, porque no se lo meceré.
Puedo imaginarla asintiendo y pensando en algunas formas de vengarse y no me niego a ello, solo que Anaya es de esas chicas enamoradizas que corren por cualquiera que sepa decir palabras bonitas.
Yo en cambio siempre he sido un desastre en esos temas.
No, no digo que nunca haya tenido una relación. Solo que a veces he sido bastante inmadura y no las valoraba, recuerdo a una, de hecho creo que fue la relación más larga de todas. Técnicamente éramos la pareja perfecta, pero no congeniábamos del todo, si él quería pizza yo quería pan, si él decía si yo decía quizás. Eran peleas tontas, pero significaba mucho para nuestros orgullos.
A partir de ella no tuve más noviazgos.
Tampoco era que me interesaba mucho el tema, si fuera por mí, el mundo debería de tener libros gratis y chicos clasificados por algún género literario. Me hubiera gustado salir con el de alguna distopia.
Aunque no fuese tan heroína como sus protagonistas.
Anaya no dice nada por un largo tiempo y asumo que se ha quedado pensando acerca del tema, reviso el teléfono para asegurarme de que aún sigue en la línea, pero hace rato había acabado la conversación.
Suelto el teléfono y lo pongo a un lado, cerca de la manta. Afuera hace frio y siento que mi manta no podrá acobijarme tanto como desearía.
Abrazo la almohada que reposaba a un lado de mi cuerpo. Aspiro el dulce aroma lavanda que desprende, curiosamente la lavanda era un olor que me calmaba, me hacía sentir relajada. Mientras abrazo la almohada fijo mi vista en algún lugar del panorama, quizás si fuera más como Anaya tuviera a un hombre en este momento, consolándome de cualquier mal que entre en mi mente, pero sabía que no era como ella, porque personas así son casi inexistentes y tenía la suerte de tenerla como amiga.
Solo yo era buena para estar sola.
Asumo el hecho de que las relaciones son disfuncionales, de que, si soy demasiado necia me ganare un par de miradas furiosas, pero ¿eso lo hacía excitante cierto? Me imagino una vida, en donde no soy tan exigente o tímida y es una buena imagen mental, pero me gusta mi realidad, esa en donde mi almohada es la única que sabe mis secretos y en donde soy consejera sentimental de Anaya, o donde veo las series de televisión que amo.
Y me gusta esa vida, tanto que aunque quisiera no la cambiaria.

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