Revista Diario

Relato: mi jaula dorada

Publicado el 09 enero 2014 por Maricari
RELATO: MI JAULA DORADAEra una ciudad en la que sus ciudadanos no eran personas normales, o normalmente personas si se prefiere, pues no usaban sombreros en sus cabezas sino jaulas. Llevaban la cabeza introducida en variopintas jaulas para pájaros, unas doradas, otras verdes, otras de madera, otras con la portezuela abierta y otras con ella cerrada, incluso algunas con su comedero con granos de trigo.Todas las jaulas de aquella ciudad contenían una cabeza en lugar de aves. Las cabezas eran de todas las edades, clases y condición. Las había con crestas punkis de colores, acaracoladas otras, de exuberantes melenas lisas, rubias, con trenzas y moños, con horquillas prendidas, o peinetas, con flores primaverales, con telarañas sorprendentemente, con sombreros y pamelas.  Cabezas en jaulas y más jaulas que llevaban mellados los barrotes o astilladas sus maderas, incluso las había carcomidas y faltas de pintura y solían ser las más sucias y nauseabundas, cagadas de pájaros, con suciedad por todas sus partes. Olían fatal.Al principio, recién llegada a esa ciudad, me chocó, incluso me sobrecogió, el ver a niñas de poca edad ya con sus jaulitas en la cabeza, pero con el tiempo comprendí que hay costumbres que se arraigan de tal forma a los lugares que terminan por ser tradiciones, incluso cultura y festejos y, otras, hasta llegan a ser fiestas nacionales y tienen su día grande.
RELATO: MI JAULA DORADAY allí estaban todos los habitantes de esa, ya menos desconocida para mí, Ciudad de cabezas enjauladas a la que me estaba acostumbrando. Aunque no todas las jaulas contenían solo cabezas pues también había jaulas al revés, es decir, desde la cintura para abajo, como una jaula enagua. Me costó un poco más, naturalmente, a verlas ahí abajo, aunque imaginaba que tenía que ser aún más incómodo, por lo de encorvar la espalda de tal modo que llegue la boca al comedero del alpiste.Ahora que lo pienso, ya desde un principio reparé en que las jaulas no las llevaban por capricho, sino que era como una insignia que decía mucho sobre quién la portaba. Por ejemplo, si eran profesores, las jaulas tenían un tamaño muy considerable mientras que las que llevaban los cargos públicos eran muy estrechas y estilizadas, como en forma de supositorio; o si era una persona de bastante edad, su jaula tenía los alambres torcidos y con poco brillo, como si tuviesen que contener un gran peso o sus barrotes hubiesen sido golpeados. Un alegre día comencé a jugar a adivinar lo que eran o a qué se dedicaban, a todo el que me iba encontrado en mi paseo, atendiendo a la jaula que portaban, y les preguntaba como si les hiciese una entrevista. Con ensayo y error fui aprendiendo  basándome siempre en pequeños, ínfimos detalles que me llevaban a decidirme por cuál o tal profesión o tipo de vida; iba obteniendo cada vez más aciertos hasta que los errores fueron reducidos a la nada.RELATO: MI JAULA DORADAY a partir de mi graduación con cum laude, dejé de hablar con las jaulas, digo con las gentes que contenían, porque ya sabía lo que iban a responderme y entonces… Llegó el holocausto de mis conversaciones con los que me rodeaban y, me tentó la idea de abandonar la Ciudad por falta de motivación. Me llegó la apatía, la desgana de caminar por sus calles, así que dejé de pasear, de tomar el fresco, de conversar incluso con los vecinos otro tiempo buenos amigos.Me recluí en casa, primero en el salón, y me pasaba todo el día mirando por la ventana y silbando, entonando las canciones que recordaba, pero me deprimía cada día más, solo tenía ganas de silbar canciones tristes y de comer. Tanta fue mi necesidad de alimento que me trasladé a la cocina dónde tenía la despensa a mano y podía saciar aquel hambre que no me dejaba pensar, ni sentir, solo de vez en cuando silbaba.
RELATO: MI JAULA DORADAPasaba muchas horas aletargada sobre una silla de espaldas a la pequeña ventana por la que me entraba la luz del día y los claro oscuros de la tarde y, como me molestaba algún ruido de las cocheras de mis vecinos, decidí que el baño era más íntimo, así que, en la tarde, con los últimos rayos del sol, me establecí en el baño y me sentí cómoda, comodísima, a pesar de un pequeño escalofrío que me recorrió todo el cuerpo al verme reflejada en el espejo. Me había crecido una jaula que me  llegaba desde la coronilla a los tobillos y triné tranquila.
P.D.: "Hay jaulas de oro, pero igualmente enjaulan"
MariCari, la Jardinera fiel.

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