III
Me monto en el coche, chorreando sangre en la tapicería. Apenas tengo idea de que están haciendo mis piernas y supongo que me habré meado encima. Al final parece que no usaré el bidón de gasolina extra para la huída. Miro hacia la comisaría. Las llamas lamen la calle desde las ventanas del primer piso y me saludan con rápidas reverencias. A su Prometeo particular. Me estoy muriendo pero el coche arranca a la primera y puedo enfilarlo hacia el desierto. Cojo la garrafa con un esfuerzo supremo y la dejo colocada sobre el acelerador, meto cuarta y me desmayo. Un último relámpago de consciencia. En un ataúd chevrolet rodando a lo largo de miles de kilómetros de arena que forman una mortaja única. A 120 y acelerando.
Amanece.
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