Relinchos

Publicado el 02 septiembre 2015 por Cerebros En Toneles
       Cuando Nietzsche se agarró al cuello del caballo sabía lo que hacía. Dicen que le pidió perdón en nombre de toda la humanidad. El caballo estaba siendo maltratado por el cochero. Fue en Turín. Es propio del filósofo o del artista susurrar al oído de los animales. Quizás porque ya no esperan ser escuchados por los humanos, quizás porque lo que tienen que contar es un secreto que sólo las  bestias pueden comprender. Recordemos que Beuys explicaba los cuadros a una liebre muerta que acunaba en sus brazos. Beuys sabía lo que hacía. Nuestra noble tarea consistirá en explicar al oído de nuestros caballos qué es lo que hacen los artistas.   Como no soy experto en caballos, he preguntado a los que me rodean. Y casi todos me han remitido a esa excelente película de Robert Redford titulada El hombre que susurraba a los caballos. Muy bonita, pero no me ha servido para nada. Hay muchas películas sobre caballos pero no he encontrado ninguna que me aclare cómo abordar la esencia del arte con estos animales. Max Zoster, que odiaba a los caballos debido a todo el dinero que perdió en las apuestas, recomienda en alguno de sus fragmentos que todos los críticos de arte vean El golpe, casualmente también de Robert Redford. Lo que no aclara es para qué nos sirve la película, si para entender la labor del artista, del crítico o de ambos. Quizás tenga razón Manuel del Valle y deba leer las novelas de Estefanía para comprender a los caballos.    Lo primero que debemos decir al animal es que los artistas jamás duplican la realidad. No queremos más bestias en Jerez. Los artistas, aunque describan y copien la realidad, nunca la duplican. No tendría sentido. La mímesis no es mera copia. Incluso cuando los lienzos parecen fotografías tampoco hay mera duplicidad. No se busca eso. El fotógrafo realista tampoco quiere falsificar el mundo. No quiere entregarnos una copia y hacerla pasar por el original. No es un falsificador de billetes o de marcas.   El animal debe saber también que el artista no se limita a expresar sus sentimientos a través de sus creaciones, pinturas, esculturas, instalaciones o novelas. No tendría sentido. Las obras de arte ocultan más que muestran. No puede ser la función de una obra únicamente expresar o reflejar la vida interior de un creador. ¡Con lo fácil que es demostrar a los demás cómo te sientes sin convertirte en un sufrido artista!    Si apreciamos al caballo, le tendremos que explicar con franqueza que los artistas nunca han querido transmitir ideas, para eso están los libros de ciencia o de filosofía. Aunque lo hayan intentado, no lo han conseguido. Ni cuando el arte ha sido heterónomo, porque lo han utilizado las ideologías y las religiones, ha podido dedicarse únicamente a transmitir ideas. Siempre hay algo más, algo que ni el arte conceptual supo atrapar con su red.   Cuando Manuel del Valle me habló de esta exposición le dije que tendría que hablar de unicornios. Pero me equivoqué de metáfora. Al principio pensaba que para explicar la esencia del arte o la actividad de los artistas necesitaría recurrir a la imagen de un unicornio. Pensé que debería sostener que los artistas sólo han pintado unicornios a lo largo de toda la historia del arte. Estaba equivocado, al menos en parte.    Las obras de arte son Caballos de Troya. Esa es la metáfora. Los verdaderos artistas son creadores de Caballos de Troya. Frente a las murallas de Troya combaten Aquiles y Héctor, rapidez  y fuerza. Pero es Ulises, con su astucia, quien logra atravesar las murallas de Troya. Propone construir un bello caballo y dejarlo como regalo... Conocemos la historia. Atravesadas las murallas del aburrimiento, de la desidia, de la alienación, el caballo liberará sus entrañas para destruir la ciudad, la terrible ciudad amurallada. Todas las obras de arte son Caballos de Troya. Ahora lo he comprendido. Hasta la pintura más realista contiene en sus entrañas una sorpresa. Nunca un caballo pintado es sólo un caballo. Nunca un caballo de bronce es sólo un caballo de bronce. Ahora lo he comprendido. Todas las obras de arte contienen un bucle de sentido, bucle formal que abre infinitos senderos para la experiencia estética. La intensidad y complejidad del bucle dependen de la maestría del artista. A veces bastará la bella anatomía del animal para que ese bucle se desate; en otras ocasiones habrá que romper planos y trastocar dimensiones para que brote el bucle formal; o habrá que enfocar el objetivo con la inteligencia del arco de Ulises.