— ¿Has vuelto a ir? ¿No hacía un año que no volvías?
— A veces paso cerca y el olor de sus jardines me llama.
— Para acercarte tan poco, tus pasos han dibujado un camino, ¿no estás cansado?
—¿De acercarme siempre? No. Lo cansado es volver. Como dijo el lobo, sería mejor si siempre me recibiera a la misma hora.
— No te entiendo, ¿entonces qué haces allí?
— Esperar.
— ¿Esperar a qué?
— Solo espero, ¿no te parece eso ya suficiente?
— No si las puertas de ese castillo nunca abren. O casi nunca abren. A veces vuelves con una sonrisa en la cara.¿ Algún día dejarás de ir?
— Cuando se rompa el reloj.
— ¿Qué reloj?
— Uno de arena, lo redibujo cuando me siento a esperar.
— ¿Y si un día no vas?
— Bueno, al día siguiente la ventisca y arena lo ha ocultado un poco, pero siempre queda algo.
— ¿Y por eso vas todos los días? ¿ porque queda algo?
— El reloj, amigo, no es para mí.