Revista Literatura

Renacer

Publicado el 27 abril 2012 por Edrielle

RenacerDe pronto el dolor acudió a mí como si fuera víctima de la mordedura de cien ratas hambrientas. Las agudas punzadas de dolor recorrían mi cuerpo cada pocos segundos. Yo sentía la imperiosa necesidad de gritar y pedir ayuda, pero aun así mi cuerpo se mantenía sumido en un aparente estado de reposo. 
Mis párpados apretaban con fuerza mis ojos. Mis labios se comprimían dibujando cientos de diminutas grietas. Mi barbilla describía arrugas y el sudor comenzaba a salir de mi piel como pequeñas perlas.
Y en la oscuridad de mi sueño agonizante pude distinguir varias imágenes, aunque también se veían afectadas por el delirante dolor. Las imágenes se difuminaban, cambiaban, crecían y desaparecían.De pronto me vi a mi misma, desnuda, rodeando mis rodillas y temblando de miedo. Miraba en derredor sin encontrar nada más que oscuridad.
El amor que la noche anterior había recibido ahora se estaba convirtiendo en mi propia condenación. La sangre me hervía dentro de las venas. Sentía que la cabeza me estallaría en cualquier momento y mi respiración se agitaba por momentos. 
Pude tener control sobre mis manos, y lo único que hice fue agarrar con fuerza las sábanas y tirar de ellas con el fuerte deseo de arrancarme del sueño y poder incorporarme. Pero no podía. Seguía anclada en aquel estado. En aquel lugar entre los dos mundos. Sabía que mi cuerpo reposaba sobre una cama, sobre mi cama, pero de algún modo también me encontraba dentro de un mundo de oscuridad, frío y hostilidad. No había nadie para ayudarme, pero sin embargo podía distinguir la mirada de algunas personas clavándose en mí. 
Todos aquellos ojos desprendiendo una malévola luz rojiza… Todos mirándome. Todos en silencio y sin moverse.
Alguien se acercó a mí, pero no estaba segura de en qué mundo estaba ocurriendo aquello. Era alguien especial… alguien con quien, de algún modo, compartía un vínculo poderoso. Y aunque su sola presencia me hacía estremecer de pies a cabeza su voz era dulce, aunque guardaba matices crueles y profundos.
-Juntos para siempre. La eternidad de nuestro lado.
Quise hablar. Quise gritar. Quise pedirle que por favor parara este dolor. 
Mi corazón latió con más fuerza.
Renacer
De pronto vi que la oscuridad se hacía más densa, más hiriente. Se acercaba a mí como un lobo solitario que acecha una presa indefensa. Yo temblaba en el suelo y miraba buscando un par de ojos comprensivos. Pero pronto la oscuridad me llevó y entonces desperté.
Pero fue peor despertar que permanecer en aquel extraño mundo, pues una vez que abrí los ojos fui consciente de lo que estaba sucediendo. Mi cuerpo se estremecía, se convulsionaba. Mi respiración se había transformado en un macabro canto de muerte y mis uñas, algunas ya rotas, habían rajado las sábanas.
De pronto abrí la boca, intentando gritar, pero mi voz no era más que un extraño pitido que surgía de mis entrañas. De algún modo sentía que mis pulmones estaban colapsados, y el motivo de aquel colapso escalaba hacia arriba oprimiéndome la tráquea. 
Me llevé las manos al cuello con desesperación intentando buscar alguna manera para poder respirar, pero parecía inútil. En mi impotencia las únicas uñas que me quedaban desgarraron la piel de mi cuello y la sangre comenzó a brotar, uniéndose a un reguero que ya había ahí desde antes. Pero ¿cuándo había aparecido esa sangre en mi cuello? ¿De dónde procedía? ¿Me estaba muriendo?
Y la respuesta tardó poco en llegar. Mi corazón estalló dentro de mi pecho, o esa fue la sensación que percibí. Mis pulmones estaban del todo obstruidos y ni siquiera el hilo de respiración que tenía surgía de mi boca.
Caí, entonces, hacía atrás con la boca abierta y los ojos marcados por el terror.La muerte me meció entre sus brazos como la madre que intenta dormir a su retoño. Pero no tardé en regresar.Renacer Nuevamente abrí los ojos. Pero ya no eran mis ojos. Ni siquiera parecía mi cuerpo. Ahora me sentía débil, pero una extraña fortaleza latía en alguna parte de mi ser, esperando ser despertada.
Cerré la boca uniendo los labios y miré en derredor. Sí, era mi habitación. De algún modo había vuelto. Estaba tendida sobre la cama sabiendo que acababa de experimentar lo que se sentía al morir, pero no estaba muerta. 
Había regresado, y mientras él observaba desde el otro lado de la ventana yo supe que era sangre lo que necesitaba para despertar la fuerza de mi interior.

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