Revista Literatura

Rendirse

Publicado el 07 agosto 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
Rendirse© Swee Oh

El camino rural termina siendo una alfombra de tierra por donde mis pies corren. Corro para que no se pare el mundo. Corro para curarme, aunque a veces no sé bien cuáles son mis heridas. Corro hacia, corro desde.

Mientras las pisadas se suceden veo venir a un hombre caminando. Se me antoja que cuando me lo cruce le preguntaré “¿Qué es rendirse?”

No sé. O sí sé. Lo que no estoy segura es de si él tiene la respuesta, porque para el caso sigue avanzando, igual que yo.

Nunca disparo la pregunta, pero tampoco me olvido de la escena. Busco alguien que justifique el por qué no he de rendirme, cuando seguir es tan cansador.

Necesito parar y descansar. Que el dolor se mitigue, que la vida sea por un momento como esas tardes de otoño en las que no hace ni frío ni calor, y el viento es apenas un vals que se cuela por las hojas a punto de caer moviéndolas imperceptiblemente. Todo me parece parado, estacionado, congelado, pero a pesar de toda esa muerte temporal, todo me parece hermoso.

¿Qué es rendirse?

¿Dejar de caminar? ¿Dejar de correr? ¿Dejar de querer levantarse por las mañanas? Los titulares avisan que hay personas que se rindieron y mucho. Dijeron hasta acá llego. El agua está muy pesada para nadar, las olas nos tapan, y los monstruos marinos dan mucho miedo por la noche, cuando todas las luces se apagan y la soledad acecha desde el azul de la pared. Gente sola durmiendo con alguien en camas King size XL, gente durmiendo con el pasado, gente soñando con el futuro que no llega. En fin, estamos condenados a ser.

Recuerdo cuando era chica, haber tenido una habitación muy grande, sólo para mí. Desde la cama -pequeña en proporción-, se podía ver un ventiluz pequeño al ras del zócalo. Imaginaba que por ahí se iba a otros mundos; a otros otoños lejos de casa. Nunca pude huir por allí, porque en realidad era una trampa, no había nada, tan sólo un sótano que mi madre mandó a tapar.

Rendirse tal vez sea seguir mirando ese agujero de mala muerte, en una habitación demasiado grande, con una cama demasiado pequeña.

Patricia Lohin


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