Revista Literatura

Renovarse o morir

Publicado el 18 julio 2011 por Gasolinero

A los de pueblo en general y a este escribidor en particular, siempre nos ha sorprendido la capacidad de adaptación a los tiempos de los habitantes de las grandes urbes, la facilidad de reinventarse, de ponerse al día en las más novedosas disciplinas para no perder el tren de los tiempos.

Permitirás, compasivo lector, que hable por proximidad e influencia geográfica de los madrileños, sin absoluto ánimo de menosprecio, ni mucho menos intención de mofa, befa o escarnio. Mas al contrario, a pesar de la ironía que puedan destilar estas líneas, quiero destacar mi admiración, cercanía y gratitud a los habitantes del rompeolas de las españas.

Cuando un servidor empezó a frecuentar la metrópoli le llamó la atención que la mayoría de las conversaciones se circunscribiesen a detallar y, sobre todo, a comparar la ruta por la que un habitante de Madrid o periferia llega del punto A, generalmente su casa, a otro B dado, en el menor tiempo posible y evitando los traicioneros atascos. Eran unos apasionantes, entretenidos y didácticos ejercicios de retórica ya que, además de detallar de palabra el itinerario, había que defenderlo ante los del resto de la tertulia.

Hubo un madrileño de San Blas, émulo de Lennon, que vino a esta ciudad a sacarse en carnet de conducir y que posteriormente ennovió y se casó con una tomellosina. Ya sé que no tiene nada que ver con el hilo de estas líneas, pero no puedo dejar pasar la ocasión de relatar que unas navidades estuvo cerca de diñarla, pues al hombre no se le ocurrió otra cosa que desayunar polvorones con colacao, sumergidos en el tazón como si fuesen galletas o magdalenas. Se conoce que cuando el amasijo le entró en el organismo y empezó a absorber líquidos aína si se deshidrata, acabando malísimo en urgencias. Pues este señor, aún viviendo en el pueblo, seguía trazando rutas verbales para ir de la calle del Charco a la Plaza sin pasar por la casilla de salida, ni cobrar las veinte mil pesetas, no teniendo mucho éxito, todo sea dicho, en las agrestes conversaciones locales.

Después las conversaciones de las que servidor era testigo en la gran ciudad, tomaron vericuetos más técnicos. Se comenzaron a introducir en las charlas capitalinas elementos del funcionamiento mecánico de los automóviles. Palabras como levas, cilindro, cigüeñal, carburador, chiclé, fusibles, extraíble, correas, varilla, etcétera, trufaban las tertulias. También se comentaban las técnicas para realizar pequeñas tareas de entretenimiento, reparación y mantenimiento. Recuerdo al anteriormente citado matritense afincado en Tomelloso en una conversación cuando su esposa obtuvo, examen mediante, el permiso para conducir automóviles. Tenían un Ford viejísimo.

—Ahora que tu mujer se ha sacado el carnet de conducir —interpelaba un pariente político— le tendrás que comprar un coche, porque el forito marcha como el culo.

—No hace falta, —afirmaba doctamente— cambiándole el chiclé de baja, volverá a funcionar como si fuese nuevo.

—¡¡Mecagüenlaleche!! —exclamó en interlocutor— ¡Que mala suerte que no me haya parido mi madre en Santa Cristina y así entender de mecánica!

Luego los mismos conversadores evolucionaron de acuerdo con los tiempos y las oratorias se fueron desplazando a los ordenadores personales y a los procesadores que los hacían marchar: dos ocho seis, tres ocho seis, pentium en todos sus ordinales. A los elementos mecánicos y electrónicos, placa base, placa madre, bus y una serie de nombres que parecían sacados de la trilogía de La Fundación.

El tiempo seguía su curso y con el la temática, se hablaba los programas necesarios para trabajar con las computadoras, siendo el mejor el de quién en ese momento tenía la palabra. También la controversia entre las dos opciones de máquinas y sistemas operativos desató ríos de verborrea. Después llegó la internet que produjo maravillosas piezas de la oratoria de barra o de café. Las páginas de descarga de películas dobladas en mejicano y grabadas directamente de la pantalla de un cine de las afueras del D.F., siendo necesario tener la máquina conectada día y medio para vaciar el film completamente en el disco duro, dieron para entretenidismos debates de los que fui testigo.

En los últimos meses escucho a los mismos que hablaban de cómo se iba a Canillejas, sesudas peroratas sobre las redes sociales, siendo la mejor, como no puede ser de otra forma, a la que pertenece el poseedor de la palabra, a la sazón Google +.

Reitero mi admiración hacía la capacidad de reinvención de los habitantes de las grandes urbes.

www.youtube.com/watch?v=EnouinkHxf8


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