Renunciar al control, de una vez por todas.
Como en un círculo vicioso el vértigo te hace agarrarte más fuerte, en vez de soltar.
Y cuánto más te agarras, más miedo a caer si te sueltas.
Como un eterno círculo vicioso, control, miedo y ansiedad.
La respuesta está clara, soltar el control. El camino, no tanto.
De donde viene no importa mucho ahora, pero lo que está claro es que ya no estoy allí.
Porque en el origen de esta espiral no había suelo.
Perdida y confundida, no veía suelo bajo mis pies.
Desprotegida e insegura, me agarraba a lo que podía.
Control, para no caer. Control, por no comprender.
La mente es sabia y hace lo que tiene que hacer para compensar las faltas, heridas, miedos. Aunque la odiemos por estas malas jugadas, nos protege como nadie.
Pero ya no estás allí, aunque la sensación permanece en el cuerpo y asoma cuando menos te lo esperas.
Ya no eres la misma, porque hay suelo.
Hay suelo, porque has aprendido.
Hay suelo, porque te conoces, te comprendes y te cuidas.
Hay suelo porque lo creas con cada paso consciente.
Hay suelo porque amas.
Hay suelo porque entiendes que te aman.
Hay suelo y dirección, pero no control.
Suelo y dirección, lo demás no está a tu alcance saberlo, no te está permitido controlarlo.
No es tu labor, no es tu responsabilidad, no eres capaz, ni te mereces esa carga.
Tu suelo y dirección es lo único que te pertoca, lo único que creas, lo único que el equilibrio te permitirá, y que te permitirá equilibrio.
Lo demás, a quien le toque, tú siéntate y descansa.
Sigue intentando descubrir cómo se suelta una, después de tanto agarrar.