No he tenido ocasión de escribir de otra cosa que no sea mi vida, los actos se reflejan con la verdad de la primera vez. He encendido tres velas en la mesa del salón. La primera por el reencuentro con ese sentimiento que llaman aventura. La segunda por el diálogo de la mañana paseando por las calles de esta Sevilla mágica pero repleta de catetos. La tercera por la poesía.
Guardo silencio y, cuando hablo, se mueven las ramas y caen al suelo las bellotas. También se encienden las farolas si pasas a su lado. Un fogonazo intermitente altera la capacidad de seguir siendo.
Cervantes escribió El Quijote en una época de represión. Van cayendo los mitos y todo aquel que crea que la universidad es un templo está equivocado. Debe ser la casa del pueblo sin filólogos. Ahora es la incultura, como la obra magna de un empalagoso que hace carrera literaria.
Guardo silencio. Y esa pasividad es similar a las gafas empañadas. Tomas el pañuelo y resulta incapaz retirar el vaho permanente.
Fumo para seguir oliendo el humo del tabaco, fumo para que Zoido se entere, de una puñetera vez, que no volverá a ser alcalde de Sevilla nunca. Fumo para que abran de nuevo La Carbonería, para que allí se cante, se baile y se reciten versos, para que allí se grite que el arte no está limitado por normativas acústicas, fumo para vivir, que es morir, en esta Sevilla mágica repleta de catetos.